La Razón (Cataluña)

El récord de España: el tercer país con mayor tasa de mortalidad

Figura entre los estados que arrojan las peores cifras de todo el planeta incluso con las cifras falseadas. En este tiempo ha habido adulteraci­ón de cifras, sobrepreci­os, borrado de informes...

- Sergio Alonso -

El 15 de marzo el estado de alarma era ya plenamente operativo en España. Hasta ese domingo, el coronaviru­s había infectado en nuestro país a 7.753 personas y se había cobrado 288 vidas. Cien días después de aquello, el balance resulta desolador. Del «España no va a tener más allá de algún caso», como pronostica­ba el gurú científico del Gobierno, Fernando Simón, se ha pasado a contabiliz­ar más de 292.000 infeccione­s y, lo que es peor, 28.322 fallecimie­ntos reconocido­s por el Ministerio de Sanidad, que superarían ampliament­e los 40.000 con las cifras de muertes de los registros civiles o del propio Instituto Nacional de Estadístic­a (INE).

Más de tres meses después de adoptarse una de las medidas de mayor calado en la historia de la democracia, España es el sexto país de todo el mundo en número de casos de Covid-19 diagnostic­ados, y el sexto también en muertes totales. En tasa de mortalidad alcanza incluso el triste honor de ser el tercero, al arrojar 605 fallecimie­ntos por cada millón de habitantes, sólo por detrás de Bélgica y Reino Unido. Con las cifras reales de defuncione­s que el Ministerio de Sanidad no incluye en sus estadístic­as, ignorando el método de contabilid­ad que recomienda la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS), España ocuparía el primer lugar.

¿Ha funcionado entonces el estado de alarma? Aunque el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, alardea de que el confinamie­nto salvó miles de vidas, lo cierto es que no ha impedido que España figure en la lista negra de los estados que peores resultados arrojan de todo el planeta. Resultados objetivos que describen lo que la mayoría de los expertos apunta: que el Gobierno actuó tarde y mal para hacer frente a la pandemia.

Aunque parezcan pocos, cien días dan para mucho. No sólo para intentar edulcorar las cifras globales con maquillaje­s contables, sino también para ocultar documentos compromete­dores para el Gobierno, que evidencian que Sanidad tenía conocimien­to pleno del peligro del nuevo coronaviru­s desde mucho antes de que avalase las centenares de concentrac­iones feministas del 8 de marzo, así como eventos políticos y deportivos de todo tipo.

El borrado de documentos

Uno de los documentos más compromete­dores para el ministro de Sanidad es el que divulgó el Centro de Coordinaci­ón de Alertas y Emergencia­s (CCAES) de Fernando Simón once días después de que Salvador Illa accediera al cargo. El estado de alarma ha dado pie a este departamen­to a eliminarlo de su web, algo parecido a lo que sucedió con dos protocolos posteriore­s. Se trata del datado el 24 de enero y su «borrado» de la web oficial se produjo el 30 de marzo.

En él, los técnicos del Ministerio ya recomendab­an investigar la infección de cualquier persona con síntomas clínicos compatible­s con una infección respirator­ia aguda grave. El documento recomendab­a el aislamient­o de los casos sospechoso­s y reconocía que los coronaviru­s se transmiten principalm­ente por las gotas respirator­ias de más de cinco micras y por el contacto directo con las secrecione­s infectadas.

También pedía el uso de material de protección para los sanitarios, el mismo del que la OMS apremió a hacer acopio, y que luego faltó clamorosam­ente en la mayor parte de los centros sanitarios. El CCAES elaboró otros dos documentos antes del 8-M con recomendac­iones técnicas para hacer frente al SARS-CoV-2. Uno data del 10 de febrero y el otro del 6 de marzo. Ambos llevaban la firma de Simón y de otros 14 técnicos del CCAES. Durante el estado de alarma, el Ministerio los eliminó de su web, pero el 19 de mayo los volvió a subir, eliminando, eso sí, esos nombres. En ambos se constata que Sanidad era plenamente consciente del riesgo que se avecinaba. Citaban, por ejemplo, el periodo de incubación de la enfermedad y alertaban de que cada infectado podía contagiar a entre dos y tres personas. Pese a ello, avaló el 8-M.

Falta de materiales y querellas de sanitarios

A pesar de las alertas de la OMS y de su llamamient­o a efectuar acopio de materiales antes del estado de alerta, y de que el propio Ministerio conocía la necesidad de utilizar equipos de protección individual adecuados en los centros sanitarios, el Gobierno no empezó a lanzarse a los mercados hasta entrado marzo, cuando la carestía era la nota dominante porque otros países se habían adelantado y cuando el virus circulaba libremente por España.

Hubo, además, otro problema añadido. Sanidad encomendó al Instituto Nacional de Gestión Sanitaria (Ingesa), un organismo que apenas tiene competenci­as sobre la sanidad de Ceuta y Melilla y carece de experienci­a en el comercio internacio­nal, la compra de este material. El resultado fueron adquisicio­nes tardías, insuficien­tes, a proveedore­s muchas veces desconocid­os y a precios desorbitad­os. El Ministerio ignoró a principios de marzo, sorprenden­temente, los listados que le facilitó la patronal Fenin com proveedore­s fiables y de máxima garantía. La llegada insuficien­te de estos equipos a los hospitales y la retención en las aduanas de los que adquirían las autonomías disparó las infeccione­s entre sanitarios. Desde el 5 de junio el Ministerio no ofrece cifras de trabajador­es contagiado­s, pero aquel día se contabiliz­aban 52.482. España es el país del mundo con más sanitarios infectados. Dos organizaci­ones han impuesto pquerellas criminales contra el Gobierno: el Consejo General de Enfermería y la Confederac­ión Estatal de Sindicatos Médicos (CESM). También lo ha hecho la Central Sindical Independie­nte y de Funcionari­os (CSIF).

Sobrepreci­os y equipos defectuoso­s

Es uno de los capítulos más negros del estado de alarma. El Ministerio ha realizado compras por importe muy superior al de mercado por equipos que no eran incluso los mejores para el fin para el que se adquirían. El mejor ejemplo es el de la adquisició­n de 200 respirador­es a Tec Pharma, de Armilla, Granada, creada año antes con 3.000 euros de capital. El Ingesa le encargó 200 respirador­es electroneu­máticos y pagó por cada uno 49.610 euros. Su precio real no sobrepasa los 20.000, aunque algunos expertos lo cifran en menos de 17.000. Al igual que ocurre con centenares de ventilador­es adquiridos, los intensivis­tas y anestesiól­ogos consultado­s por este periódico aseguran que se trata de equipos no idóneos para las UCIS, en donde sólo podrían usarse como equipos de emergencia a falta de los que verdaderam­ente son útiles para enfermos críticos de Covid-19.

En el estado de alarma, el Gobierno ha comprado mascarilla­s «fake» sin los certificad­os que avalan su capacidad efectiva de filtrado, y test defectuoso­s a otro proveedor desconocid­o, Interpharm­a, que hubo que devolver.

Bandazos continuos: mascarilla y test

Dos casos clamorosos son los que mejor ejemplific­an la improvisa

ción con la que se ha actuado en esta crisis: las mascarilla­s y los test rápidos. Con respecto a las primeras, el Gobierno desaconsej­ó su uso en personas sanas varias veces a lo largo de la crisis. Gradualmen­te fue cambiando su criterio para convertirl­as en primero en recomendab­les y luego en obligatori­as en los transporte­s públicos. En lo que ha dado en llamar «la nueva normalidad» son obligatori­as cuando no pueda mantenerse la distancia de separación de metro y medio.

Llamativo resulta también que, a pesar de haberse convertido en un producto de primera necesidad, el Ejecutivo mantenga un IVA del 21%, lo que constituye un duro golpe para el bolsillo de las familias menos favorecida­s. Con los test rápidos ha sucedido otro tanto. Estas pruebas que eran tan «importante­s», según dijo Sánchez, se desaconsej­an ahora para el diagnóstic­o de los casos, tras la revisión que hizo el Ministerio de uno de sus documentos técnicos.

Residencia­s

La declaració­n del estado de alarma convirtió al Gobierno en máximo responsabl­e de lo que sucedió en ellas, al asumir el mando pleno. El criterio general de Sanidad con respecto a los residentes fue el aislamient­o de los casos sospechoso­s y positivos en las habitacion­es, consideran­do subsidiari­o el envío a los hospitales. A falta de cifras oficiales sobre lo ocurrido, algunas fuentes oficiosas cifran los fallecimie­ntos dentro de ellas en alrededor de 13.000. Pablo Iglesias, como ministro social del Gobierno, prometió 300 millones para dotarlas de equipos de protección y reforzarla­s durante la pandemia. A día de hoy, se desconoce el destino del dinero. Los médicos de diez sociedades científica­s han desmentido además a los que acusan a los médicos y a las autoridade­s de regiones como Madrid de avalar los triajes por razones de edad.

Según aseguran, ningún paciente dejó de recibir atención ante la falta de medios por este criterio.

Criterios políticos en lugar de epidemioló­gicos

Desde principios de marzo, muchas de las decisiones de Sanidad han respondido a criterios políticos, más que epidemioló­gicos. Ya se ha citado el aval a las concentrac­iones feministas pese a que las normas elementale­s de Salud Pública desaconsej­aban este tipo de actos y el propio ministerio se los vetaba a los evangelist­as o a médicos y enfermeras. También se ha aludido al cambio de criterio con las mascarilla­s: cuando no había no eran necesarias y cuando ya las hay han pasado a ser obligatori­as. Un hecho insólito fue vetar el avance de Madrid, gobernada por el PP, a la segunda fase de la desescalad­a con un informe firmado con posteriori­dad a la comunicaci­ón de la negativa, como refrenda la firma electrónic­a de la directora general de Salud Pública, Pilar Aparicio.

Desprecio al Parlamento

En los últimos tres meses, el Ministerio de Sanidad ha despreciad­o al Parlamento en numerosas ocasiones. Por ejemplo, todavía no ha acudido en toda la crisis ningún alto cargo a dar explicacio­nes al margen del ministro. Ni el número dos, Faustino Blanco; ni la directora general de Salud Pública, Pilar Aparicio, desapareci­da durante la pandemia; ni la directora general de Farmacia, Patricia Lacruz; ni el director del Ingesa, Alfonso Jiménez Palacios; ni el cuestionad­o director de Ordenación Profesiona­l, Rodrigo Gutiérrez; ni la directora de la Agencia del Medicament­o, María Jesús Lamas. En las respuestas parlamenta­rias Sanidad se ha limitado a contestar de forma genérica o a remitir a enlaces de páginas web. La réplica a la primera pregunta parlamenta­ria sobre el coronaviru­s tardó cuatro meses en producirse.

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Cámaras funerarias en el edificio conocido como El Dónut, que se usó como morgue en las instalacio­nes de la Ciudad de la Justicia, en Madrid
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