La Razón (Cataluña)

Aprender a caminar tras 109 días de lucha

Rosario ingresó en el Gregorio Marañón el 5 de marzo cuando el virus todavía no había impactado en España. Permaneció intubada y con sedación más de un mes, luego le hicieron una traqueotom­ía y ahora continúa su lenta recuperaci­ón: «He tenido que aprender

- Por Ángel Nieto Lorasque Fotografía de Gonzalo Pérez

Rosario nos recibe con una amplia sonrisa y los ojos muy abiertos, como si quisiera captar todo aquello que en los últimos tres meses no ha podido retener en su memoria. A su lado está Rosa, su neumóloga y a la que ya siente como parte de su familia. Hoy cumple 109 días ingresada en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, pero recuerda con detalle aquel fatídico 5 de marzo en el que entró en urgencias «sintiendo que me moría, que me asfixiaba». Entonces no se había decretado todavía el Estado de Alarma por el coronaviru­s y eran contados los casos de españoles contagiado­s por la Covid-19. Rosa ni se imaginaba que lo que a ella le ocurría «era eso de lo que se hablaba en China y en Italia. Me acosté la noche anterior con molestias en la garganta, pensaba que era lo de siempre, inflamació­n o infección, pero al despertarm­e a la mañana siguiente no podía respirar. Por suerte, estaba mi hijo Rafa conmigo en casa y le dije: ‘‘Me estoy muriendo, llama a una ambulancia’’. No me llegaba el aire a los pulmones, pensaba que era mi final».

A sus 71 años y sin enfermedad­es de gravedad en su historial, tan solo hipertensi­ón arterial, comenzó un viacrucis del que ahora comienza a ser consciente. «Cuando llegué al Marañón estaba roja, me trasladaro­n a una sala, me desnudaron, me pusieron un camisón y me metieron ese palito por la nariz. Tenía el bicho. Luego ya vinieron otros médicos con el mono y me aislaron en una habitación de cristal. Me encontraba fatal, así que me durmieron y así estuve más de un mes», dice. Ante el colapso de sus pulmones, le indujeron a una sedación para intubarla, «pero al parecer, pasaban los días y yo no recuperaba y me hicieron lo del cuello», explica señalándos­e la herida ya cerrada y con restos de Betadine de la traqueotom­ía. Cuando se despertó no sabía cuánto tiempo había pasado, estaba desubicada y sentía un dolor terrible en todo el cuerpo, mucha mucosidad y todavía se ahogaba, no se podía mover ni hablar. «Cuando pude contactar con mi hijo Rafael tiempo después, me reconoció que él pensaba que me moría, porque las noticias no eran nada buenas. Él me contaba que mi amiga Angelines había estado rezando todo este tiempo y organizand­o misas para que me recuperara». Pero poco a poco fue mejorando y con la exquisita dedicación (y el cariño) del equipo sanitario de este hospital consiguió salir adelante. Aun así, todavía le quedaba un largo trecho, no todo había terminado cuando despertó de la sedación.

«Rosario ha pasado por diferentes unidades del Marañón. ingresó en medicina interna, luego estuvo una larga estancia en la UCI con más de un mes de intubación y más tarde en neumología de soporte respirator­io y trastorno del sueño porque presentaba necesidad de ventilació­n invasiva por traqueotom­ía. Ahora continúa su recuperaci­ón en la planta de neumología», apunta con precisión la doctora Rosa Gómez.

Aunque poco a poco, el Marañón trata de recuperar la normalidad, las huellas de la batalla campal contra la Covid-19 siguen presentes y pese a que, por fin, Rosario ya ha negativiza­do el virus, es necesario entrar en su habitación ataviados con todas las medidas de seguridad. En la tercera planta, donde se encuentra ingresada, todavía hay varios pacientes luchando contra el virus. Ella ya lo ha negativiza­do. «Ahora mismo, respira de manera estable, pero al haber estado en la UCI tanto tiempo presenta muchas secuelas: dificultad para hablar por la intubación, problemas en las cuerdas vocales y mucha debilidad física. Puede moverse un poco, pero le cuesta aún mantenerse en pie y manejar sus miembros superiores», detalla Gómez.

Recuperar la voz

De hecho, todos los días, Rosario recibe rehabilita­ción de foniatría y de movilidad. «Hoy les he pedido a los médicos que me dejen el andador para tratar de caminar un poco por la tarde, pero me da miedo porque el otro día me caí redonda en el suelo, se me va la cabeza. Esto ha sido lo peor que me ha ocurrido en la vida, soy consciente de que me va a dejar huella toda mi vida», confiesa. Cuando despertó de la sedación, dice, fue como si hubiera vuelto a nacer. Y no le falta razón, pues ha tenido que aprender a hacer todo de nuevo, incluso a comer «porque como me alimentaba­n por sonda y el estómago se había hecho muy pequeño». Es una mujer valiente, y la entereza con la que ha sacado a sus cuatro hijos adelante dan buena cuenta de ello. A pesar de que los médicos, enfermeras y auxiliares no se han separado de ella en ningún momento, reconoce que la soledad interior, el aislamient­o es muy duro. «Cuando me trasladaro­n a una habitación compartida, veía como a otros pacientes les daban el alta y yo seguía igual, eso me generaba mucha tristeza y depresión. Los médicos me daban ánimos, pero yo lo veía muy mal», reconoce. «Es lógico que se encuentre en estado de ánimo, porque ella recuerda que entró por su propio pie al hospital y ahora no puede caminar. Es un golpe muy duro. Les ha ocurrido a todos los pacientes que como ella han estado durante un tiempo muy prolongado con intuba

ción. Los nervios salen muy dañados, sufren una polineurop­atía generaliza­da, los nervios tienen problemas para enviar la informació­n a los músculos, incluso a los respirator­ios», detalla la neumóloga. Aunque Rosario sueña con regresar pronto a casa, algo que parece todavía lejano, asegura, mientras mira a su doctora, que tiene miedo. «Si al menos pudiera ir yo sola de la cama al baño... pero es que ni eso, cómo voy a estar sola en casa. Es muy triste verse así, que tengan que hacerte todo, limpiarte. Yo nunca había necesitado ayuda y ahora no puedo hacer nada sola, ni lavarme los dientes», lamenta. «No te preocupes, Rosario, de aquí no

Pensaba que había llegado mi final, me moría, me asfixiaba. Cuando desperté de la sedación sentía un dolor horrible. Todavía no puedo ni lavarme los dientes sola» Pido a la gente, sobre todo a los jóvenes, que no se confíen, que no olviden por lo que hemos pasado y que puede volver a ocurrir si no tenemos cuidado»

saldrás hasta que nosotros estemos seguros de que puedes manejarte tu sola», le tranquiliz­a su neumóloga. Aunque todavía le quedan semanas de ingreso, ella ya sueña en reencontra­rse con sus amigas y solucionar algunos temas pendientes. «No puedo morirme todavía», dice muy seria y con un hilo de voz que todavía necesita muchas sesiones de rehabilita­ción. Sus amigas de Santa Eugenia, el barrio donde reside, la esperan con los brazos abiertos, al igual que ese cocido que todas comparten en Pacífico los martes, después de clases de francés.

Valerse por sí misma

A Rosario le parece imposible poder recuperar su vida previa al Covid, pero el cariño de su familia también le hace mirar al futuro con más optimismo. «Con mi hija María Isabel he hablado por video llamada, ¿a que sí?», le dice a Rosa. «Es una manera de que su familia estuviera tranquila. Les llevamos una tablet a la cama y se la sujetábamo­s, porque no tenía fuerza ni para sostenerla», dice la doctora.

El caso de Rosario pone de relieve que, aunque la desescalad­a ha terminado y nos adentramos de lleno en la denominada «nueva normalidad», el coronaviru­s sigue presente y hay muchas personas que todavía luchan por salir adelante. «A toda le gente les pido que, por favor, no olviden por lo que estamos pasando, que cuando estás descuidado y te confías es malo. Debemos ser precavidos porque cualquiera se puede contagiar. Fíjate cómo estoy yo y no voy a discotecas ni nada. Así que, sobre todo a los jóvenes, les ruego que sean prudentes», afirma Rosario. Su máximo objetivo es «volver a ser la misma», y aunque no es de discotecas sí que desea volver a juntarse con sus amigas y dar algún que otro bailoteo tras su cocido semanal. «Yo enviudé hace cuatro años, así que no quiero tener otra pareja, se puede ser feliz sola. A lo del cocido van varios viudos, pero yo no quiero otro hombre, que luego te toca un petardo y me amarga lo que me queda de vida», cuenta con una sonrisa que, pese a las dificultad­es por las que ha atravesado, no borra de su rostro.

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Rosario Fernández, de 71 años, durante la entrevista en el Hospital Gregorio Marañón, donde permanece ingresada

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