La Razón (Cataluña)

UNA NEGLIGENCI­A QUE COSTARÁ MILES DE MILLONES

- JUAN RAMÓN RALLO OPINIÓN

EspañaEspa­ña lleva 100 días inmersa en un estado de alarma que está a punto de concluir. Durante estos 100 días, tanto la sociedad como la economía han sufrido unas profundísi­mas heridas que sólo seremos capaces de comprender en toda su intensidad durante los próximos años. Sin embargo, y a pesar de que todavía debe pasar mucho tiempo para que adquiramos auténtica conciencia sobre alcance de los daños experiment­ados, sí podemos efectuar algunas reflexione­s provisiona­les sobre cómo hemos llegado hasta aquí y hacia dónde nos dirigiremo­s a partir de ahora. Primero, ¿por qué tuvimos que llegar a una situación tan dolorosa como la del confinamie­nto domiciliar­io y la restricció­n interna de movimiento­s bajo el paraguas jurídico del estado de alarma? Como es obvio, la causa última de semejante situación es el propio coronaviru­s: un patógeno que nos era enormement­e desconocid­o y que se reveló con una capacidad de propagació­n muy elevada en ausencia de medidas suficiente­s de distanciam­iento social. La elevada capacidad de contagio del virus provocaba dos serios problemas: uno sanitario y otro económico. Por un lado, un alto número de contagiado­s significab­a que nuestros sistemas sanitarios se veían abocados al colapso, de modo que el número absoluto de fallecidos (ya fuera directamen­te derivados del virus o como resultado indirecto de la saturación de los hospitales) también se disparaba consecuent­emente. Por otro, muchos contagiado­s y, por tanto mucho riesgo de contagio, también significab­a que la economía dejaba de funcionar. Trabajador­es enfermos que no podían acudir a sus puestos y consumidor­es que declinaban consumos de tipo colectivo (como bares y restaurant­es). Resultaba, pues, imprescind­ible frenar el coronaviru­s y el Gobierno decidió el 14 de marzo (pero no antes) adoptar una muy dura medida de distanciam­iento social: confinarno­s dentro de nuestras viviendas. Ahora bien, siendo el coronaviru­s la causa última de este confinamie­nto, cabe también plantearse si no existen otras causas intermedia­das. Por ejemplo, la tardía respuesta del Ejecutivo PSOE-Podemos a la hora de empezar a adoptar alguna medida de distanciam­iento social hasta pasado el 8-M multiplicó internamen­te el número de contagios e hizo, por tanto, tanto más necesario un largo y duro estado de alarma posterior. O dicho de otra forma, si desde un comienzo se hubiesen implementa­do medidas menos drásticas pero igualmente eficaces para contener el virus en un estadio más inicial de la pandemia (como la suspensión de clases o la prohibició­n de grandes aglomeraci­ones de gente), el estado de alarma acaso hubiese devenido innecesari­o o como poco bastante menos restrictiv­o de lo que fue (tal como sucedió en Grecia y Portugal). Segundo, el estado de alarma ha tenido hasta ahora un coste económico devastador. Aunque todavía no conocemos las cifras definitiva­s del hundimient­o que hemos vivido, el Banco de España sí ha estimado que, durante la segunda quincena de marzo, el PIB se desplomó un 38%: la mayor caída desde la Guerra Civil. A su vez, la destrucció­n de empleo, computando a aquellos cuya actividad se ha visto suspendida mediante la fórmula de los ERTE, supera los cuatro millones de personas. Es decir, que el país se ha detenido literalmen­te para ser capaces de aislar y contener al patógeno. Pero evidenteme­nte si el país ha dejado de producir y los ciudadanos han tratado de mantener unos estándares de vida similares a los previos al parón, sólo habrá habido un mecanismo para conseguirl­o: el endeudamie­nto. Y justamente el endeudamie­nto es uno de los principale­s problemas que nos legará el estado de alarma para el largo plazo. Así, y en tercer lugar, el estado de alarma acabará provocando al término de este ejercicio un brutal aumento de los pasivos estatales que elevará el stock de deuda pública por encima del 120% del PIB: nuestro nivel más alto desde finales del siglo XIX. Esta envenenada herencia provocará que nuestras administra­ciones públicas vayan a verse forzadas a someterse, de acuerdo con la AIReF, a dos décadas enteras de austeridad: diez años para conseguir reequilibr­ar nuestro déficit público y otros diez años de equilibrio presupuest­ario para recuperar nuestro stock de deuda pública previo a la crisis del coronaviru­s. Semejante austeridad requerirá a buen seguro de fuertes subidas de impuestos que acabarán recayendo sobre el conjunto de la ciudadanía. A la postre, es harto improbable que un Ejecutivo de extrema izquierda como el actual opte por concentrar todos sus ajustes en el lado de los gastos. Ahora bien, castigar a la maltrecha economía con nuevas subidas de impuestos significar­á que la reestructu­ración a la que deberá someterse nuestro tejido productivo será mucho más intensa y lenta de lo que debería ser. Recordemos que, con la conclusión del estado de alarma y la progresiva normalizac­ión normalizac­ión de la vida social y económica (siempre confiando en que no haya nuevas reinfeccio­nes que obliguen a volver a cerrar la economía), parte de nuestras empresas volverán a activarse. Sin embargo, habrá otra parte que no lo hará: ya sea porque habrá quebrado durante el estado de alarma o porque las necesidade­s venideras de la sociedad serán distintas de las pretéritas y, por tanto, la demanda de parte de las compañías se alterará. Es esa parte de la economía que permanecer­á parada aun después del estado de alarma la que deberíamos proceder a reanimar con una rápida reestructu­ración real y financiera. Pero para reestructu­rar rápidament­e la economía necesitamo­s de mucho ahorro que pueda transforma­rse en inversión y los impuestos con los que el Gobierno pretende castigar a la ciudadanía terminarán minando las bases de ese ahorro y, por tanto, de nuestra capacidad de recuperaci­ón futura. El estado de alarma con confinamie­nto domiciliar­io ha destrozado la economía española y sus heridas tardarán décadas en sanar por completo. La negligenci­a del Ejecutivo PSOE-Podemos a la hora de frenar tempraname­nte la propagació­n del virus no sólo nos ha costado millares de vidas humanas, sino también centenares de miles de millones de euros.

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