Las hordas cazadoras de estatutas, entre la burricie y la ignominia
Para desgracia y escarmiento de la patulea norteamericana que ataca en estos días las estatuas de insignes figuras españolas del descubrimiento y la colonización del continente, el legado de todo aquello a lo que pretenden denigrar es inmortal y permanece incluso en muchos de los que pasean esas ciudades con sogas en busca de un efigie a la que linchar. El virus de la estupidez no se ha cebado solo con personajes de nuestro país, sino con otros cuya trayectoria únicamente ha desnudado de nuevo la estolidez de la caterva en cuestión. La última víctima ha sido Fray Junípero Serra, valedor del cuidado y la enseñanza de los indios, en el Golden Gate Park de San Francisco. Este se sumó a Cervantes (imagen, en San Francisco), Colón, la Reina católica... Llama la atención la tibia reacción de los órganos competentes de nuestro país y también la aparente impunidad con que estas hordas desarrollan sus gamberradas en un país con tantísimos cuerpos policiales como Estados Unidos.