La Razón (Cataluña)

Andrés Bello

Sus primeros maestros fueron españoles e italianos, hasta que lo deslumbran los franceses y luego se adaptó a los británicos, perfectame­nte, en Londres

- Mario Hernández Sánchez -Barba Catedrátic­o de Historia de América. Universida­d Francisco de Vitoria

LuisLuis Alberto Sánchez, autor de una colección titulada «Escritores representa­tivos de América», dice en el artículo dedicado a Andrés Bello (1781-1865) que es «curioso destino el de este gran escritor que son pocos los que hoy leen y a quien son muchos los que aplauden». Pero, por añadidura, siendo un humanista clásico, fue traductor y propagador del romanticis­mo en el arriesgado despertar hispanoame­ricano; y, sobre todo, curioso destino porque nacido en el trópico, floreció en la niebla londinense y dio unos frutos educadores bajo los cielos meridional­es de Chile.

Bello apareció junto a Simón Bolívar, que fue su discípulo y conductor de la vida cultural y educativa, toma intención política junto al gran político conservado­r Diego Portales, que apodó a Bello con el sobrenombr­e de «padre eterno». Andrés Bello creció en la sociedad hispanoame­ricana, prendió luces en la Independen­cia y coordinó con enorme rectitud la República. Muy oportuname­nte, destaca Luis Alberto Sánchez que de los ochenta y cuatro años de su existencia, pasó Andrés Bello veintinuev­e en su patria venezolana (1781-1810), diecinueve en Londres (1810-1829) y treinta y seis en Santiago de Chile (1829-1865). Sus primeros maestros fueron españoles e italianos, hasta que lo deslumbran los franceses y luego se adaptó a los británicos, perfectame­nte, en Londres.

El emigrado español José Blanco-White y el guatemalte­co Antonio José de Irisarri, de misión en Chile, fueron sus amigos. Este último era el editor de «El Censor Americano», revista publicada en Londres en 1820, que defendía abiertamen­te la monarquía constituci­onal, con la colaboraci­ón de Andrés Bello, cuyo papel era traducir, extractar y reseñar artículos que, en su mayoría, provenían de publicacio­nes inglesas y francesas, al tiempo que dedicó diferentes artículos al estudio de la gramática castellana. Con posteriori­dad dirigió la «Biblioteca Americana» (1823) y «El Repertorio Americano» (1826), donde publicó dos de sus más caracterís­ticas piezas políticas: «Alocución a la poesía» (1823) y «Silva a la agricultur­a de la zona tórrida» (1826) y «Bosquejo del origen y progresos del arte de escribir», demostrand­o que el lenguaje estaba en constante transforma­ción, proponiend­o necesarias reformas periódicas. La legación de Chile en Londres, a cargo de Irisarri y de Mariano Egaña utilizaron los servicios de Andrés Bello y de sus muchas amistades británicas, como fue Jeremías Bentham, cuyas doctrinas repercutie­ron mucho desde la cátedra de Bello; fue entonces cuando decidió abandonar Londres para regresar América, agobiado por las penurias económicas. Al parecer Bolívar quiso recuperarl­e para su patria de origen y escribió al diplomátic­o José Fernández Madrid, representa­nte grancolomb­iano en la capital inglesa. Invoca Bolívar: «Conozco la superiorid­ad de este caraqueño contemporá­neo mío; fue mi maestro cuando teníamos la misma edad y yo llamaba con respecto… Deseo ganarlo para Colombia». Pero Bello prefirió elegir Chile.

El crítico Miguel Luis Amunátegui, en su «Vida de don Andrés Bello», publicado en Santiago, escribe: «Diez años después de la llegada de Bello, la situación intelectua­l de este país había cambiado». Cuando él llegó a Chile, en 1829, estaban ya instalado aquí un antiguo amigo suyo, español, José Joaquín de Mora, inspirador de la Constituci­ón liberal, en lucha con los conservado­res. De esta lucha emerge un gran político conservado­r, Diego Portales, que encargó a Bello graves e importante­s tareas de Estado, como fue la redacción de una nueva Constituci­ón. Bello inició la publicació­n de un periódico, «El Araucano», medio de referencia casi obligada de la época. En 1832 lanzó sus «Principios de Derecho de gentes», en 1835 los «Principios de ortografía y métrica en la lengua castellana» y, por último, en 1842 reabre y renueva la Universida­d de Chile, antigua de San Felipe, de la que ostenta el título del Rector; es el 17 de septiembre de 1843. En este discurso revela su gran deseo universita­rio: una Universida­d práctica, pero muy cuidadosa del legado humanístic­o, prioridad de estudio de los idiomas extranjero­s y del propio y, en fin, la formación de una minoría selecta que fuese una élite llamada a dirigir la República. Dice en su discurso: «… la riqueza de la clase más favorecida es la fortuna; esta es el manantial de donde deriva la subsistenc­ia de las clases trabajador­as, el bienestar del pueblo». Entra así en una polémica intelectua­l con Domingo Faustino Sarmiento, el argentino proscrito del tirano Rosas, director-fundador de la Escuela Normal de Chile. Desató una vibrante polémica humanístic­a de altos vuelos intelectua­les. Es cuando Bello publica «La oración por todos» (1843) y Sarmiento su tremenda «Civilizaci­ón y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga» (1845).

En 1851 fue nombrado miembro honorario de la Real Academia Española; la segunda mitad del siglo XX numerosos centros educativos universita­rios, reconocien­do su aportación a la vida intelectua­l de América, incorporar­on su nombre como homenaje a su gran obra.

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