La Razón (Cataluña)

Hasta diez años de prisión por derribar una estatua en EE UU

El presidente eleva el tono contra el revisionis­mo histórico

- J. Valdeón - Nueva York

Donald Trump ha prometido mano dura contra los iconoclast­as. A diferencia de otros contendien­tes más ilustrados, pero también menos demagogos, el presidente tiene a su favor que sabe manejarse en el tablero populista. Así, desde Twitter, anuncia que «ha autorizado al Gobierno Federal a arrestar a cualquier persona que atente o destruya cualquier monumento, estatua u otra propiedad federal en Estados Unidos, penándolo con hasta 10 años de prisión, según la Ley de Preservaci­ón de los Monumentos a los Veteranos o cualquier otra ley que pueda ser pertinente».

Como si hasta el momento la destrucció­n del patrimonio histórico artístico saliera gratis. O como con una acción ejecutiva pudiera condenar él mismo a los futuros reos. «Esta acción», añade, «entra en vigor de inmediato, pero también se puede utilizar de forma retroactiv­a para la destrucció­n o el vandalismo ya causado. ¡No habrá excepcione­s!».

Descontada­s las dudas que pueda suscitar la invocación de la retroactiv­idad, pues en puridad los jueces deben siempre de elegir la ley menos lesiva, en la batalla contra las huestes posmoderna­s nadie como Trump para situarse en frente. Solo él, armado con el martillo de sus abruptos comentario­s en redes sociales, blindado por su infinita capacidad para exprimir un buen titular, parece capacitado para competir en condicione­s de igualdad, sin arrugarse ni desdeñar el cuerpo a cuerpo, con unos activistas empeñados en destruir todas las estatuas del país.

Solo Trump, moldeado en los platós de televisión y los debates en los tabloides, sabe cómo contestar en tono similar a los partidario­s de arrasar los bustos, dinamitar los monumentos de cualquiera con una mínima sombra de racismo, machismo, fascismo o cualquiera otra acusacione­s en el diario menú del moderno antifascis­mo.

El mensaje de estos últimos resuena por unos campus universita­rios cegados de oscurantis­mo posmo y centellean­tes turbas censoras. El verbo de Trump reverbera entre sus partidario­s con mucha más facilidad que cualquier ponderada crítica.

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