REDISEÑAR EL IVA
LaLa comparecencia del gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, en la Comisión de Reconstrucción del Congreso de los Diputados dejó varios titulares, pero acaso el más relevante sea su llamamiento a rediseñar el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA). Desde hace varias semanas, el Banco de España en general y Hernández de Cos en particular han estado reclamando una subida de impuestos en nuestro país, centrada alrededor del IRPF y del IVA, para avanzar hacia el equilibrio presupuestario. Recordemos que previsiblemente concluiremos este ejercicio con un déficit público por encima del 10% del PIB y con un endeudamiento estatal superior al 120% del PIB, lo que requerirá de un fuerte esfuerzo presupuestario para sanear nuestra situación financiera. Quienes aspiramos a reducir el tamaño del Estado y a incrementar paralelamente el tamaño de la sociedad civil preferiríamos que ese ajuste se concentrara únicamente en recortes del gasto público, pero conviene aplaudir la responsabilidad de aquellos técnicos de orientación más socialdemócrata, como Hernández de Cos, que no están dispuestos a convalidar la indisciplina financiera. Y así, aprovechando su admonición de incrementar los gravámenes del IRPF y del IVA para aumentar la recaudación y cuadrar las cuentas, Hernández de Cos también ha planteado la necesidad de rediseñar el IVA. Como es sabido, en la actualidad existen tres tramos distintos de IVA (superreducido, (superreducido, reducido y general), que pretenden aportar algo de progresividad a un tributo que por su naturaleza tiene poco de progresivo –salvo que los ricos consuman un porcentaje mayor de sus rentas que los pobres, el tipo efectivo que abonarán unos y otros será muy similar–. Así, aquellos productos que supuestamente compran de manera sobre proporcional las rentas más bajas tributan al tipo superreducido –como el pan, la fruta, la verdura, los huevos– o al reducido –como el transporte de viajeros, productos de aseo o las obras domésticas–, o directamente se encuentran exentos de IVA –como sucede con algunos servicios educativos o sanitarios–. En principio, la justificación podría parecer razonable, pero a la hora de la verdad es cuando menos dudosa: ¿de verdad las rentas bajas hacen un uso relativamente más intenso que las rentas altas de servicios como el taxi o de la remodelación de sus casas? ¿O de la educación universitaria? Y aunque fuera así, ¿qué sentido tiene incluir en el IVA reducido a la hostelería, las flores, los espectáculos, el cine o los armarios de cocina? En el fondo, la división de los tres tipos del IVA se ha convertido en un gigantesco agujero legislativo para la batalla política y lobístisca. Los grupos de presión se organizan para cabildear a los gobiernos de turno con la finalidad de que incluyan sus servicios en el tipo reducido y no en el general –el caso del IVA cultural fue muy célebre a este respecto–. Por eso la solución que han adoptado muchos países, como Dinamarca, es establecer un tipo único y no discriminatorio: todos los productos se gravan al mismo tipo general –idealmente a uno más bajo que el actual–. Ése fue, en esencia, el mensaje de Hernández de Cos: hemos de repensar la estructura del IVA.