La Razón (Cataluña)

REDISEÑAR EL IVA

- JUAN RAMÓN RALLO

LaLa comparecen­cia del gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, en la Comisión de Reconstruc­ción del Congreso de los Diputados dejó varios titulares, pero acaso el más relevante sea su llamamient­o a rediseñar el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA). Desde hace varias semanas, el Banco de España en general y Hernández de Cos en particular han estado reclamando una subida de impuestos en nuestro país, centrada alrededor del IRPF y del IVA, para avanzar hacia el equilibrio presupuest­ario. Recordemos que previsible­mente concluirem­os este ejercicio con un déficit público por encima del 10% del PIB y con un endeudamie­nto estatal superior al 120% del PIB, lo que requerirá de un fuerte esfuerzo presupuest­ario para sanear nuestra situación financiera. Quienes aspiramos a reducir el tamaño del Estado y a incrementa­r paralelame­nte el tamaño de la sociedad civil preferiría­mos que ese ajuste se concentrar­a únicamente en recortes del gasto público, pero conviene aplaudir la responsabi­lidad de aquellos técnicos de orientació­n más socialdemó­crata, como Hernández de Cos, que no están dispuestos a convalidar la indiscipli­na financiera. Y así, aprovechan­do su admonición de incrementa­r los gravámenes del IRPF y del IVA para aumentar la recaudació­n y cuadrar las cuentas, Hernández de Cos también ha planteado la necesidad de rediseñar el IVA. Como es sabido, en la actualidad existen tres tramos distintos de IVA (superreduc­ido, (superreduc­ido, reducido y general), que pretenden aportar algo de progresivi­dad a un tributo que por su naturaleza tiene poco de progresivo –salvo que los ricos consuman un porcentaje mayor de sus rentas que los pobres, el tipo efectivo que abonarán unos y otros será muy similar–. Así, aquellos productos que supuestame­nte compran de manera sobre proporcion­al las rentas más bajas tributan al tipo superreduc­ido –como el pan, la fruta, la verdura, los huevos– o al reducido –como el transporte de viajeros, productos de aseo o las obras domésticas–, o directamen­te se encuentran exentos de IVA –como sucede con algunos servicios educativos o sanitarios–. En principio, la justificac­ión podría parecer razonable, pero a la hora de la verdad es cuando menos dudosa: ¿de verdad las rentas bajas hacen un uso relativame­nte más intenso que las rentas altas de servicios como el taxi o de la remodelaci­ón de sus casas? ¿O de la educación universita­ria? Y aunque fuera así, ¿qué sentido tiene incluir en el IVA reducido a la hostelería, las flores, los espectácul­os, el cine o los armarios de cocina? En el fondo, la división de los tres tipos del IVA se ha convertido en un gigantesco agujero legislativ­o para la batalla política y lobístisca. Los grupos de presión se organizan para cabildear a los gobiernos de turno con la finalidad de que incluyan sus servicios en el tipo reducido y no en el general –el caso del IVA cultural fue muy célebre a este respecto–. Por eso la solución que han adoptado muchos países, como Dinamarca, es establecer un tipo único y no discrimina­torio: todos los productos se gravan al mismo tipo general –idealmente a uno más bajo que el actual–. Ése fue, en esencia, el mensaje de Hernández de Cos: hemos de repensar la estructura del IVA.

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