ARRABAL, ENTRE VÍRGENES
EnEn la efervescente España de 1933 un sorprendente suceso conmovía a la opinión pública: Aurora Rodríguez, activista de ideología utópico-socialista, disparaba mortalmente a su joven hija Hildegart. La había educado en un innovador progresismo político, social y sexual. Nació destinada a revolucionar la mentalidad colectiva y, cuando quiso ser individualmente libre, su madre no pudo soportar esa autonomía personal. Sobre este impresionante caso se han realizado documentales, filmado alguna película (como la dirigida por Fernando Fernán Gómez) y escrito numerosos libros, incluso alguna singular novela, como «La virgen roja», de Fernando Arrabal (Melilla, 1932). La literatura de este escritor es única e irrepetible; desde sus inicios en el vanguardismo postista de los años 40, irá evolucionando hacia un surrealismo mitográfico, culturalista y originalísimo. Su novela sobre el impresionante asesinato de Hildegart es una ficcionalización no testimonial, pretexto recurrente para ahondar en la tiranía de las ideas y la intolerancia pedagógica.
Maravilla encarnada
Publicada en 1987 se reedita ahora con un breve pero penetrante epílogo de Fernando Sánchez Dragó. Historia narrada desde el punto de vista de la asesina, esta pensaba con toda claridad «que quería ser madre de una criatura austera, única y brillante, de un ser en el cual la naturaleza tendría puestas todas sus complacencias, de un hijo, y, mejor aún, de una hija que desde su nacimiento forjaría para la realización de la obra. ¡La maravilla encarnada!». En palabras de este personaje van desfilando su hermana Lulú, soez y desvergonzada; Benjamín, el ocultado hijo de esta, que llegará a ser un precoz precoz concertista de piano; Nicolás Trevisán, fallido novio convencional de la futura homicida, y Chevalier, quien acabará siendo el padre -mero procreador, mejorde Vulcasais (unión de Vulcano y la verdad), nombre aquí de la originaria Hildegart, y amante del lujurioso viejo Abelardo, que pretenderá seducir más adelante al joven Benjamín.
En fin, nadie busque en esta singular novela, de retórico tono irónico, una reconstrucción testimonial o una crónica periodística de lo acaecido; es pura ficción, un imaginativo ataque al positivismo dogmático y la ideologización fanática. Un melodramatismo de soterrado humor, los sueños y delirios de la alucinada madre, y una cierta imprecisión ambiental conforman una asfixiante atmósfera onírica de inusitado efecto estético. Cabe celebrar la reedición de esta extraordinaria novela, que acierta plenamente con la creativa elaboración literaria de un impresionante suceso.