EL ALMA CANARIA DE UNAMUNO
LaLa relación de Unamuno con Canarias no pudo ser más contradictoria, o, en rigor, «unamuniana». Cuando, en 1910, visita Tenerife y Gran Canaria, con todos los honores de rector, como mantenedor de los Juegos Florales de Las Palmas, exhorta a las autoridades a salir del «a-isla-miento» y la «soñarrera tropical». En cambio, cuando, en 1924, es desterrado a la desértica y pobrísima Fuerteventura (marzo-julio), sufrirá una transformación radical en sus planteamientos, sacralizando el «evangélico» entorno, al punto de proclamar después, desde su exilio parisino: «Fuerteventura: un oasis en el desierto de la civilización». De «un antes y un después» tilda Eugenio Padorno este tránsito a «una especie de mística africanizada», que condicionará su obra posterior, y que, además de quedar patente en «De Fuerteventura a París», se advierte en estos esenciales artículos, donde transmite su encuentro con la verdad palpable a través del paisaje telúrico y «sediento» de una isla «henchida de solemne belleza trágica».
En «Caras y caretas», de Buenos Aires, publica la serie «Divagaciones de un confinado», donde, entre muestras de rechazo al progreso material y a la germanofilia confiesa estar viviendo «la más fuerte de mis aventuras quijotescas», en el lugar idóneo para «los peregrinos del ideal». Y, entre diversas cabeceras madrileñas, destaca su serie de «Alrededor del estilo» en «Los lunes de El Imparcial», donde enaltece la desnudez de la isla, y su continuidad prehistórica como metáfora de la desnudez del estilo. En su amplia y lúcida introducción, Padorno muestra el carácter vertebral de esta «iluminación» unamuniana, relacionándola con planteamientos precedentes y posteriores. Su don Quijote, por ejemplo, abandonará el «españolismo», para abrirse a una subjetividad universal. Y es que, dirá luego Unamuno, «la finalidad de la vida es hacerse un alma».