EL TRUCO DE LA MUERTE
OtraOtra novela que, después de «La hija de la española», de la venezolana Karina Sainz Borgo, publicada por el mismo sello editorial, se ofrece como una de las revelaciones literarias de los últimos tiempos. Ante semejante presentación, un posible y curtido lector se pregunta, pues, en qué consiste dicha revelación: si en la renovación del género de la novela, si en el uso particular de la lengua, si en un tema que jamás haya sido tratado (o tratado, al menos, de una manera inédita), si en la complejidad que destila la trama, si en la estructura narrativa o, por decir algo, en el estilo. Nada de eso, en todo caso, es lo que aparece en «Cómo maté a mi padre», la breve novela con la que la colombiana Sara Jaramillo Klinkert se estrena como escritora. Si bien la trama o, como se dice, el arranque de la novela, ya está de algún modo en el título, la expectativa pierde fuelle porque el argumento, a medida que pasan las páginas, se hace cada vez más endeble. Y no porque no sea interesante, que lo es, sino porque adolece de algo fundamental: un hilo argumental que sostenga e impulse el tejido narrativo.
Pretenciosamente poético
Así, lo que Sara Jamarillo Klinkert cuenta en «Cómo maté a mi padre» es, básicamente, cómo fue su vida después de que unos sicarios asesinaran a su padre, un abogado exitoso de Medellín, padre de cinco hijos (además de la narradora hay unos trillizos y un hermano más) que vivía con su familia y con la empleada doméstica en una finca a las afueras de la ciudad. El relato, en ese sentido, está cargado de una atmósfera emocional que, sin embargo, no es más que eso: una atmósfera emocional, a veces veces autocompasiva y siempre, o casi siempre, conmovedora, pero a la que, en términos estrictamente novelísticos, le falta profundidad (especialmente a la protagonista y a los personajes) y le sobra el truco que, al final, se revela como lo que es: un truco. «Cómo maté a mi padre», más que una novela, parece, en el fondo, una larga confesión a corazón abierto. Es más: parece, también, un conjunto de anécdotas, o una suerte de diario íntimo, repetitivo (allí aparecen, una y otra vez, sus hermanos, su madre, la empleada doméstica, cierta moralina), por momentos pretenciosamente poético, que la narradora ha escrito por motivos más bien catárticos que novelísticos. Como si la literatura, o el arte, en general, o la escritura a secas, después de tantos siglos de existencia, solo pudiera sostenerse en los argumentos y tener nada más que fines terapéuticos y no, como debería ser, básicamente estéticos o, para el caso es lo mismo, artísticos.