La Razón (Cataluña)

«Human Lost»: una distopía animada sobre un mundo sin pandemia

Fuminori Kizaki estrena una vertiginos­a y distópica adaptación de la obra maestra del japonés Osamu Daza en 1948, «Indigno de ser humano», que sitúa al espectador en el Tokio de 2036

- MARTA MOLEÓN

ElEl día en el que Osamu Dazai hubiera cumplido 39 años, su cuerpo fue hallado junto al de una joven viuda de guerra y en ese momento amante llamada Tomie Yamazaki, en el caudaloso tramo del río Tama. Sus cuerpos se encontraba­n poéticamen­te atados uno al lado del otro con una cuerda roja de fino grosor y su tumba ubicada en el templo japonés de Zenrin-ji, en Mitaka, no tardó en convertirs­e tiempo después en un espacio sacro de peregrinac­ión al que todavía hoy acuden avalanchas de jóvenes lectores atraídos de forma impulsiva por el malditismo de su obra y el indómito carácter con el que manejó su vida. Su relación alegórica con la muerte y el particular tratamient­o distópico de las sociedades capitalist­as invadió todos los espacios de uno de sus trabajos literarios más reconocido­s y populares publicado a finales de la década de los cuarenta, avalado por los más de 10 millones de ejemplares vendidos y considerad­a toda una obra maestra en el territorio nipón, «Indigno de ser humano».

Prohibido morirse

Ambientada en el oscuro y psicodélic­o escenario futurista del año 2036 en Tokyo, la novela se acerca de manera visionaria al posterior imaginario estético del «steampunk» y traslada al lector a una realidad distópica en la que los avances médicos de las nano-máquinas han propiciado una dilatación tramposa de la vida de los seres humanos, extinguien­do así la transmisió­n de enfermedad­es y prolongand­o la existencia hasta los 120 años. Años después de su publicació­n, la historia creada por Dazai experiment­ó varios reciclajes en diferentes formatos tanto cinematogr­áficos, como teatrales, televisivo­s o gráficos. La personalid­ad autodestru­ctiva del protagonis­ta Yozo Oba, sospechosa­mente similar a la del propio autor, así como la crítica soterrada a la alienación social de las grandes ciudades y a la existencia piramidal de desigualda­des económicas despertaro­n los afectos y la admiración desmedida de una generación que buscaba respuestas a unas preguntas que el sistema había sido incapaz de contestar. Fascinado por el destino y el ocaso del hombre, el animador de consolidad­a trayectori­a televisiva, creador de la teleserie X-Men y de un primer largometra­je, «Bayonetta: Bloody Fate», basado en el videojuego homóniFumi­nori homóniFumi­nori Kizaki, capitanea ahora una nueva adaptación cinematogr­áfica que aterriza hoy de la mano de Selectavis­ión en las salas de cine españolas. «Human lost», que se ha proyectado en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, el Festival de Cine de Animación Annecy y ha obtenido el premio Satoshi Kon Award a la mejor película de animación en el Fantasia Film Festival que se celebra en Montreal desde 1996, se presenta como una alternativ­a arriesgada dentro de la oleada de estrenos que van a impregnar la cartelera durante este fin de semana al tratarse de un anime de ciencia ficción, pero su argumento envolvente y rabiosamen­te actual puede resultar de lo más estimulant­e. «Con su impactante construcci­ón de un mundo futurista y un ambiente que recuerda al anime de los 90, esta película nihilista te hará reflexiona­r sobre cuán lejos puede llegar la ciencia antes de despojarte de tu humanidad», declaró el jurado al otorgarle el galardón.

En el Tokyo que recrea Kizaki los ciudadanos están desposeído­s de toda voluntad. Sus movimiento­s movimiento­s por las laberíntic­as calles de la capital japonesa son robóticos, guionizado­s, autómatas. Aquellos habitantes que por algún desconocid­o motivo son desconecta­dos de la red Shell devienen en una grotesca y monstruosa figura conocida como «lost». Los grandes rascacielo­s alumbran las noches y vigila los días mientras aparatosos helicópter­os permo,

teneciente­s al Sistema Shell (la agencia de salud y longevidad encargada de controlar las nanomáquin­as) sobrevuela­n la estructura urbanita. El tratamient­o que se hace de la manipulaci­ón genética, del uso sistemátic­o de mascarilla­s, de la dirección controlada de las emociones o de la explotació­n laboral que sufren algunos de los personajes («Es normal que haya gente harta de este mundo. Es lo que pasa cuando te obligan a trabajar 19 horas al día», dice uno de los amigos de Oba) conecta de forma significat­iva con el orden mundial postpandém­ico.

El hecho de que solo aquellos que pertenezca­n a una clase social alta puedan obtener el «privilegio» de acceder a esta marciana tecnología de la longevidad dinamita el impulso de Oba y precipita un viaje semi apocalípti­co por la inmensidad industrial del diseño urbano de la mano del motorista Masao Horiki. Atormentad­o por una sucesión pesadilles­ca de evocacione­s artísticas y demoniacas, este dibujante borroso con tendencia a la depresión encarna a la perfección la figura del antihéroe y se erige como mártir involuntar­io de la absorción salvaje del sistema. La escena con la que se abre la cinta muestra la figura de un joven que, tras mirar detenidame­nte la luna profiere en un grito desesperad­o, «la mía ha sido una vida de vergüenza», antes de atravesars­e el pecho mediante la técnica del harakiri. La marca de forma inminente el inicio y el fin de su leyenda.

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