Los Reyes, a pie de obra
La exposición pública tiene sus riesgos. Especialmente, cuando las cosas no van bien, el clima está enrarecido, la gente sufre y, por encima de todo, las personas fallecen por miles. Entonces, las autoridades tienen dos opciones. Una, estar y sentirse cerca de los gobernados, de aquellos que padecen los estragos de un tiempo calamitoso; es decir, dar la cara para compartir el dolor y asumir en primera persona también los rigores de la desesperación. Esos malos tragos van en el sueldo oficial, pero únicamente cuando te acercas al pueblo puedes palpar de verdad algo de lo que siente en estas coyunturas aciagas. Otra es ver los toros desde la barrera, hablar por la gente sin haber pisado siquiera una acera, arrogarte una representación desde la comodidad del coche oficial o la seguridad del despacho alfombrado. De estos últimos, andamos sobrados en este país. Pero pongamos en valor a los primeros para que los segundos no resten el protagonismo que nunca merecieron. merecieron. Los Reyes son el emblema de esa primera categoría. Desde el minuto uno entendieron que su liderazgo sería clave para que quienes tenían que resistir y mantener la nave a flote en plena galerna no decayeran. Y ahí siguen, a pie de obra, en contacto con la gente sin distanciamiento institucional, de ese que guardan los políticos mediocres y medrosos. Don Felipe y Doña Letizia recorren España para recordarnos que somos un gran país y que no podemos pararnos. No lo hacen desde una burbuja, sino entre esas personas que saben de ese incierto futuro que nos aguarda y que persiguen que alguien brinde esperanza y valor. Se recoge aquello que se siembra y los Reyes reciben estos días el cariño y el respeto de la gente sencilla, de quienes reconocen la verdad entre tanta impostura.