La Razón (Cataluña)

Somos los conguitos

- Pedro Narváez

NosNos quedan dos «Sálvame» para que los donuts se retiren por hacer apología de los gordos. Y para que dos «Deluxe» después se condene la prohibició­n por «gordofobia». Kichi se enfrentó al mundo por hartarse de Phoskistos. En la sociedad de la opulencia, lo mismo se come que se vomita. Cierta peble rabiosamen­te desconcert­ante exige que se censuren los Conguitos, el producto y el dibujo, por racista. Cada vez que se saborea una de esas bolas de cacahuete envuelta en chocolate, estamos comiendo en realidad un africano. Un acto de canibalism­o colonialis­ta que llevamos celebrando desde que se lanzara al mercado en 1961. No eran ellos los que preparaban el caldero para zamparse a un blanco sino nosotros los que removíamos el perol para convertirl­os en golosina. Heidi acabará proscrita por incitación a la pedofilia. La verdad es que esos rumores sobre el abuelito nunca me han gustado. Este antiracism­o dulce tuvo su antecedent­e doloroso cuando se cambió la letra de la canción del Cola Cao, que fue algo así como remozar la del Padrenuest­ro, que por mucho que se recite sigue retumbando la antigua en la cabeza. Los Conguitos y el Cola Cao de la infancia eran una experienci­a religiosa, el éxtasis revelador de la felicidad. Jamás unos grumos alcanzaron ese porder de seducción negra. Estas iniciativa­s folclórica­s luego se tornan en andanadas políticas. La pantera rosa se salva porque gastaba cierto aire trans que gustaría a Irene Montero, nuestra ministra de Igualdad, desde que propugna que cada uno se registre con el género que quiera, de lo contrario la teñirían de negro. Una nota al margen: las panteras no son rosas pero los congoleños son negros.

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