La Razón (Cataluña)

«Por el amor de Dios»

- CARTA DOMINICAL JOAN JOSEP OMELLA Cardenal Arzobispo de Barcelona

Mañana lunes, celebramos la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo. El Evangelio recoge que, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro dio una respuesta contundent­e y clara: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Entonces Jesús replicó: «Ahora yo te digo: “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”» (Mt 16,15-18). Y así fue. En aquel preciso instante, el Hijo de Dios en la tierra estableció los pilares de la Iglesia, la institució­n nacida del amor de Dios a los hombres y sacramento de salvación. El Señor llama a Pedro, a Pablo y a los futuros ministros ordenados para enviarlos a llevar la Buena Noticia de su amor y para rehacer la relación de confianza de los hombres y las mujeres con Dios. Con otras palabras, también nos lo dice el papa Francisco: «La Iglesia necesita sacerdotes capaces de anunciar el Evangelio con entusiasmo y sabiduría; de encender la esperanza allí donde las cenizas han cubierto las brasas de la vida, y de generar la fe en los desiertos de la historia» (7 de octubre de 2017, Congreso sobre la Ratio Fundamenta­lis).

Hoy también hay personas que escuchan la llamada de Jesucristo a ser sacerdotes y dejan todo lo que tienen, como lo hicieron los Apóstoles. Este domingo, a las seis de la tarde, la basílica de la Sagrada Familia acogerá la ordenación sacerdotal* de cinco nuevos sacerdotes: Mn. Jordi

Avilés Zapater, Mn. Jordi Domènec Llauradó, Mn. Vicenç Martí Fraga, Mn. Diego Pino Solà y Mn. Joan Mundet Tarragó. Estos futuros sacerdotes son jóvenes, unos más que otros, estudiante­s y profesiona­les con perfiles muy distintos. Tenemos un doctor en filología clásica, un ingeniero industrial, un licenciado en derecho y con estudios de ciencias empresaria­les, un técnico en electrotec­nia e, incluso, un mago. Se han dedicado a profesione­s muy diferentes, pero todos tienen en común su gran amor al Señor, y ahora le quieren dedicar su vida.

El amor del sacerdote es un amor fecundo, de todos y para todos, ya que no se limita a una familia de sangre, sino que se entrega a la numerosísi­ma familia de los hijos e hijas de Dios. El sacerdote es llamado a ser signo y vínculo de unidad en el seno de la comunidad cristiana, donde hace resonar la voz del Evangelio y la hace progresar con la gracia de los diferentes sacramento­s. Es padre de todos, especialme­nte de los pequeños, de los pobres y de los marginados. La misión de los sacerdotes es signo de esperanza para los hombres y las mujeres de nuestro mundo, aunque en muchas ocasiones sea una voz que clama en el desierto. Queridos hermanos y hermanas, esta tarde, unidos a toda la Iglesia, os animo a compartir la alegría de esta celebració­n eucarístic­a en la cual cinco hombres recibirán el sacramento del sacerdocio. Damos gracias a Dios por estas vocaciones, rezamos por todos ellos, y pedimos a Dios con insistenci­a que todos los que reciben o recibirán esta invitación del Señor, respondan afirmativa­mente. Y mañana no dejemos de rezar por el Papa, el sucesor de Pedro. Siempre dice y repite: «no dejen de rezar por mí». En esta fiesta de san Pedro, rezamos especialme­nte por el papa

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