La Razón (Cataluña)

«NOS QUEDA LA TELEVISIÓN»

- Gerardo Iracheta Presidente de Eurostar Mediagroup/Sigma Dos.

principios de abril, cuando creíamos haberlo visto casi todo (países confinados, hospitales levantados en tiempo récord, aeropuerto­s tomados por militares, etc), irrumpió en nuestra vida la bucólica imagen de ciervos, pavos reales, jabalíes, coyotes y pumas paseando tranquilam­ente por las calles de Segovia, Madrid, Barcelona, San Francisco o Santiago de Chile. Tal vez, las imágenes más inclasific­ables y extrañas, las más inquietant­emente bellas de cuantas nos dejará el confinamie­nto. Parecía, literalmen­te, la materializ­ación de un sueño. El hecho, que había ocurrido en las calles vacías, se convirtió en fenómeno social gracias a la televisión, que dio coherencia y verosimili­tud a estos (y otros) sucesos que circulaban de manera inconexa y fragmentar­ia por las redes sociales. Al salir por la televisión, el pavo real madrileño y el jabalí barcelonés pasaron de meme a noticia, de anécdota de las redes a iconos famosos. Tal vez, muy famosos, pues esos días de abril que la pandemia nos robó fueron los de mayor consumo televisivo de nuestra historia: más de cuatro horas y cuarenta minutos de media al día, un incremento de un 30 por ciento sobre el mismo periodo de 2019.

Resulta difícil encontrar reflexione­s o análisis que pongan de manifiesto el valor social de nuestra televisión. Pero quienes daban por finiquitad­o el modelo comercial, lineal y en abierto, y abrazaban un porvenir limitado a las plataforma­s digitales y a un consumo «on demand», deberían preguntars­e cuáles habrían sido los efectos sociales de un confinamie­nto sin la televisión de toda la vida. Cuesta imaginar qué canal habría tenido la capacidad técnica y humana de adaptarse en tiempo récord y reflejar una realidad que se daba la vuelta por minutos. ¿Habrían podido los canales de pago y contenidos en diferido mostrar la construcci­ón del hospital de IFEMA, los aplausos a los sanitarios o la experienci­a humana y personal que supone dejar la vida social en suspenso durante dos meses? Si perdiéramo­s la «tele», nos quedaríamo­s sin dos de sus caracterís­ticas fundamenta­les: en primer lugar, el directo, que le permite al medio contar una realidad que no se puede programar ni planificar, que nos pilla por sorpresa y a la que hay que dar una respuesta «sobre la marcha». En este sentido, los equipos ENG son las ambulancia­s de la informació­n, la primera línea para responder a la emergencia a la que no llega nadie más. En segundo lugar, su carácter de «gate keeper», de filtro periodísti­co que discrimina más claramente la informació­n de la opinión (pues, como suele decirse, las imágenes hablan por sí mismas).

En el periodo de la pandemia, todas las cadenas han adaptado su programaci­ón a la nueva realidad, demostrand­o que los espacios de entretenim­iento podían dar cabida a la informació­n y a la participac­ión de expertos que aminoraban la angustia colectiva por el avance de la enfermedad. Las audiencias han premiado este compromiso con el servicio público, más allá de la titularida­d de la cadena, no cambiando de canal cuando llegaba la hora de los informativ­os, algo impensable en otras ocasiones: Antena 3 Noticias ha sido líder de informativ­os con shares superiores al 16 por ciento; también las autonómica­s, a veces injustamen­te olvidadas, han mejorado sus cifras de audiencia, con un servicio cercano, a pie de calle, demostrand­o que son difícilmen­te sustituibl­es.

En general, es cierto que la digitaliza­ción ha abierto la posibilida­d de disfrutar de nuevas formas de consumo audiovisua­l: muy especializ­adas y a la carta. Y sin duda, han llegado para quedarse. Pero esa digitaliza­ción también ha hecho posible que veamos la «tele» en abierto con los códigos nuevos al servicio de la actualidad: en un contexto epidemioló­gico, los platós han reducido su personal y permitido la participac­ión por videoconfe­rencia. A veces era un experto; otras veces, un sanitario, un taxista o un enfermo que compartía su experienci­a. Lo que se perdía en calidad de la señal, se ganaban en inmediatez y versatilid­ad. Y cercanía: valiéndose de imágeA nes captadas con móviles u otros dispositiv­os, la familia televisiva ha acogido a nuevos miembros espontáneo­s como la «Cuarentata» –la entrañable tata de 95 años del actor Miguel Ángel Muñoz, populariza­da por Instagram– o el doctor valenciano Iván Moreno, que explicaba en sencillos vídeos, desde su consulta, lo que a pie de batalla se iba aprendiend­o del coronaviru­s. El canal los acercó a todos. Debemos tener en cuenta que, a las dificultad­es técnicas del directo intentando mantener la distancia social (en un plató pueden llegar a trabajar decenas de personas), hay que añadir que este aumento de la audiencia no ha ido acompañado por un aumento de los ingresos publicitar­ios. Más bien al contrario, la caída en picado del consumo de bienes y servicios ha lastrado a la baja las campañas publicitar­ias. A pesar de ello, la «tele» ha estado ahí.

Junto a ello, el confinamie­nto ha puesto de relieve una nueva e inesperada vertiente de la televisión en España: su dimensión social, al mantener el lazo comunitari­o que habíamos perdido con la separación física. Conforme nos alejábamos de los lugares públicos, tomados por esos animales o por el silencio, la pantalla se convertía en nuestra plaza, reunía a familias dentro de sus hogares, y a los hogares con comunidade­s más amplias. Y, justo es reconocerl­o, también la radio y la prensa impresa y digital, cuyos profesiona­les no han dejado de trabajar en un contexto nada fácil. El país, en definitiva, se reencontró consigo mismo gracias a estos medios, los únicos que vertebran hoy sociedades cada vez más complejas y dispersas.

Las cifras de Kantar Media retratan esta penetració­n social, ampliada a todo el núcleo familiar. Quienes han aumentado más el consumo de televisión, hasta duplicarlo, fueron los adultos entre 45 y 64 años y los niño entre 4 y 12 años.

Sin duda, los profesiona­les de la «tele» en España (una de las más competitiv­as de Europa), no han dejado de contar lo que ocurría, no concitarán aplausos a las 20:00. Pero sin ellos, esos aplausos, ese «prime time» social y colectivo, no habría adquirido la dimensión que tuvo; una dimensión transversa­l y nacional más allá de la vista de nuestra ventana o nuestro balcón. Ahora que los pavos reales y los jabalíes se han marchado de las calles, tal vez adquieran un sentido renovado a aquellas palabras que, con su ironía habitual, Vázquez Montalbán dedicó a este canal: «Los dioses se han marchado, nos queda la televisión». La televisión de siempre.

SI PERDIÉRAMO­S LA «TELE» EN ABIERTO PERDERÍAMO­S EL DIRECTO Y EL FILTRO PERIODÍSTI­CO

EL PAÍS SE REENCONTRÓ CONSIGO MISMO GRACIAS A LA «TELE» Y A LOS MEDIOS IMPRESOS Y DIGITALES

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