¿Por qué los McCloskey defendieron su casa?
Lo normal hubiese sido verles con un Winchester, sentados en la mecedora en el porche de su casa, cayendo la tarde después de una larga jornada de trabajo, y decirle a un intruso que se acerca no con buenos propósitos: «Jovencito, no des un paso más». Y éste darse media vuelta. En esto último, la escena se ha mantenido. Se dieron la vuelta y entendieron el mensaje de los McCloskey y por qué esta pareja de abogados salieron a la puerta de su elegante «palazzo» en la ciudad de St. Louis, Missouri, a defender su casa; él con un AR-15 y ella con un revólver plateado. La ciudad del medio oeste americano está envuelta en los incidentes provocados tras el asesinato de George Floyd y los manifestantes creyeron que la mansión podría ser de un próspero esclavista o estar manchada con la sangre de sus antepasados, negros como ellos, y ellos habían llegado allí saltándose la verja para «resignificarlo». Pero no, cuando se construyó, a partir de 1909, la esclavitud había sido abolida y trabajaron en su edificación los mejores artesanos y canteros del lugar (la piedra es de Caen y el mármol de Carrara) para levantar una edificación siguiendo los parámetros renacentistas copiados en un viaje italiano. Adolphus Busch, copropietario de la cervecera AudeuserBusch, más conocido por haber quitado la sed con su famosa Bundweiser Bundweiser a medio país, se la quiso regalar a su hija. La decadencia llegó y se pusieron de moda las casas de Malibú y los «happy flowers», así que cuando Mark y Patty McCloskey abrieron su puerta un día febrero de 1988 y se encontraron con una ruina decidieron restaurarlo. La obra de sus vidas. Podían haberlo «resignificado» y donar su dinero a buena causa, pero prefirieron no tirarlo e invertirlo en reformarlo. Piedra a piedra. El rosa de Caen volvió a la luz (el anterior dueño calentaba la casa con 48 estufas de queroseno), volvieron los artesonados caprichosos a mostrar las uñas de las aves –así lo relatan en una publicación local–; la lámpara de Galileo de la catedral de Pisa volvió a colgarse arriba de la cúpula ante las escaleras de doble curva con pasamanos de bronce; revistieron los damascos que cubrían las paredes de seda. Pero los McCloskey conocen su pasado y no lo ocultan: para construir la casa habían traído un pueblo entero de albañiles italianos, que vivían en tiendas de campaña junto a las obras. Emigrantes que luego se quedaron en Estados Unidos. Quién sabe si ese trabajo honrado fue defendido por sus actuales dueños. Así es América.