EL OLOR DEL VICEPRESIDENTE
LosLos policías que garantizan la seguridad del subsuelo suelen decir que es imposible bajar a las cloacas y no salir con las botas manchadas de porquería. Es lo que le debe estar pasando en estas últimas horas a Pablo Iglesias, víctima, no de los oscuros aparatos del
Estado gracias a los que Podemos tanto ha engordado en los últimos años, sino de sus propios coqueteos con ese «subsuelo» donde –ahora comenzamos a saber– tanto se ha «movido» el vicepresidente segundo.
Los giros de los acontecimientos pueden acorralar peligrosamente a un dirigente hasta derribarlo. Ejemplos de ello hay muchos en la política española. El «caso Dina» tenía la apariencia de un embrollo menor, pero el escenario empezó a complicarse para Iglesias cuando tuvo que vérselas con el juez. La decisión del magistrado Manuel García-Castellón de retirarle la condición de perjudicado, hasta el punto de planear sobre su cabeza una imputación por revelación de secretos, ha dado tal giro a la trama, que ya se habla del «caso Iglesias». Y a las pesquisas de la Audiencia Nacional hay que añadir una investigación de oficio de la Fiscalía General y una denuncia de Vox ante Anticorrupción por seis presuntos delitos. Muchos frentes para despacharlo como mero episodio anecdótico.
El entorno del vicepresidente traslada su certeza de que se dará carpetazo de la causa. Pero Dina Bousselham admitió que Iglesias mantuvo en su poder durante medio año la tarjeta SIM robada… y en sus manos acabó destruida. Y la fiscalía filtró información a los morados antes incluso de la apertura de la investigación. En definitiva, la narrativa de Iglesias, basada en presentarse como víctima de las «cloacas del Estado», se ha ido por el sumidero esparciendo demasiado olor a podrido. Y otra curiosidad, tramposa también, que añade mordiente al tema: este asunto fue eje de campaña del secretario general de Podemos en las últimas elecciones generales para