La Razón (Cataluña)

Tradición tonta

- Cristina López Schlichtin­g

EsEs julio en España, con calores tremendos, acaban de morir 40.000 personas de un virus y el Gobierno está aprovechan­do para sacar adelante una reforma educativa. Es de no creer. De aurora boreal. Los del ejecutivo ¿son bobos o maliciosos?

Un país es su escuela. Y la nuestra tiene problemas. En un cambio de era, sin precedente­s desde la revolución industrial, padecemos fracaso escolar, los colegios están obsoletos y está por discutir casi todo. Si es necesario o no el esfuerzo, si la digitaliza­ción es o no crucial, si se debe educar en la memoria o en la creativida­d, si los profesores y centros deben o no ser autónomos. Todo está por decidir y en casi nada estamos de acuerdo, como es habitual entre españoles. Una Ley Celaá está condenada a ser derogada en cuanto la oposición releve a los actuales partidos y no servirá como cemento de una España común. Lo único que denota la maniobra es el deseo de imponer un esquema ideológico.

Porque esta ley se plantea fuertement­e escorada hacia las posiciones de la escuela estatal única. Pretende excluir de los criterios de asignación de aulas la «demanda social», obviando el hecho de que muchos padres siguen prefiriend­o la escuela concertada. De la misma manera, vuelve a preterir la asignatura de formación religiosa y reinstaura una polémica formación ética oficial. Sumemos el anuncio de que los dineros que se destinarán a duplicar aulas y contratar profesores (para reducir los grupos de alumnos en otoño, dada la epidemia) van a ser sólo para la escuela estatal y tenemos el cóctel perfecto contra los colegios concertado­s.

¿Por qué? ¿Por qué si la concertada es más barata y ahorra muchísimo dinero a las arcas comunes? ¿Por qué, si los padres son libres de elegir? Pues, sencillame­nte, porque un español del siglo XXI y de izquierdas parece aquel que sólo concibe la sociedad de un modo posible. La escuela «tiene» que ser estatal y gratuita. Y punto. Y el que quiera otra cosa, que se haga rico y se lo pague. Un pobre que quiera una escuela concertada no tiene por qué tener derechos similares a los pudientes. La misma actitud se aprecia contra la asignatura de religión –que el de izquierdas considera cosa privada– o en la obligatori­edad de enseñar los valores éticos que le gustan al de izquierdas. Hay un rigor ultramonta­no. Una inflexibil­idad propia de posiciones a la defensiva. Incapacida­d de negociar. Son los cantos de cisne del comunismo, ajenos a la evolución plural del mundo, la aldea global, la amplitud universal. En fin, habrá que esperar a la siguiente legislatur­a para plantear la derogación de la nueva ley educativa. Ya es una tradición tonta.

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