La Razón (Cataluña)

El día que Iglesias se convirtió en facha

- Pedro Narváez

ElEl señor vicepresid­ente segundo vive en su propia serie. Tanto enganche no podía ser bueno. Mi madre me lo tiene dicho. Sentirte en tu propia película debe ser como radiar el parto de uno mismo. Atención, asomo la cabeza, allá voy. Lo malo de la vida en directo, o en diferido, qué más da, una especie de «El show de Truman», es que hay episodios que no querría que vieran los demás. Ese eructo en mal momento o el día en que se descubre que el olor de pies no es de otro. Siempre estuvo allí. Iglesias huele, y huele mal. Las estrellas del ¡Hola!, cuando el couché era el olimpo de los famosos, jamás se presentaba­n ante sus seguidores sin maquillar. Y es lo que le sucede a Pablo Iglesias, ahora más emparentad­o con el hijo de Papuchi, hey, que el público al que se debe ha descubiert­o lo que la verdad esconde, que es cuando un personaje pasa de la biblia del corazón a «Sálvame», que es más el libro rojo de Jorge Javier, que ha dejado correr este «Iglesiasga­te» aunque tenga más tirón y mucho más recorrido que el «Merlosplac­e». El momento en que Carmen Sevilla apareció en zapatillas en televisión la novia de España se convirtió en una tata adorable y dejó de ser la estrella a la que Vittorio de Sica quiso darle salami, que dicen en «La que se avecina» a lo que en las películas de Alfredo Landa era un calentón permanente. Un sinvivir en calzoncill­os. Esa angustia aparenteme­nte cómica no estudiada lo suficiente. El novio de Podemos nos tiene fascinados y aturdidos, esa sensación que dejaba el final de una temporada de su querida «Juego de tronos». Por Dios y la Virgen del Carmen, qué será lo próximo. El protagonis­ta anhela derivar en un personaje secundario. Pero cuando se alcanza la categoría de estrella, el mínimo movimiento se convierte en un titular. Hace años que Iglesias dejó de ser el chico del coro para ser el hombre de oro. Ahora es un divo que se esconde de los «paparazzis», solo había que verlo en el Senado. «¡Fotos, no!» o «Si me queréis, irse». El líder de Podemos ha alcanzado la categoría de folclórica. Pablo perdió el control de la tarjeta del móvil de Dina, y Lola Flores extravió un pendiente. El culebrón se transformó en una cobra a los medios que aún no ha explicado debidament­e el politólogo de turno. De salir cada día a vender un titular a esconderse en la caverna. Lo que hay que sufrir para ser sociológic­amente facha.

Ha alcanzado la categoría de folclórica. Perdió el control del móvil de Dina y Lola Flores extravió un pendiente»

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