La Razón (Cataluña)

Invertebra­dos

El tema central sigue siendo el mismo: definir la grave enfermedad que España sufre. Allí es donde encuentro elementos tristement­e comunes a los que vivimos hoy

- Luis Alejandre General (R)

LosLos siempre enriqueced­ores comentario­s de algunos lectores, me han llevado a penetrar en el «ensayo de ensayo» de Ortega y Gasset, «España invertebra­da» sobre la que me apoyé, en la anterior tribuna. Es importante reflexiona­r sobre el ambiente histórico de sus primeras ediciones. La primera, aparecida como folletón del diario «El Sol» en 1921, llegaba tres años después de terminada la Primera Guerra Mundial, en pleno período entreguerr­as. En Europa pocos alertaban sobre la grave recaída que le llevaría a la Segunda. España tras el asesinato de Dato, con Allendesal­azar y Maura al frente del Gobierno, viviría las tragedias de la guerra en el norte de África, rumbo a la Dictadura de Primo de Rivera de septiembre de 1923. Es más que interesant­e confrontar­la –prólogo y ampliacion­es– con la cuarta de junio 1934, en plena Segunda República. En este momento presidía el Gobierno Ricardo Samper, sustituido en octubre por Alejandro Lerroux que viviría la trágica Revolución de Asturias, camino también hacia otra guerra en el 36.

Hay premonició­n en Ortega, al interpreta­r este período de 15 años –«etapa decisiva del tiempo humano», según Tácito– intentando llegar a una nueva concepción del porqué de nuestra decadencia, enmarcado en un estudio del proceso general de integració­n y descomposi­ción de las naciones. Añade una concepción de la sociedad como ecuación capaz de integrar junto a una minoría ejemplar, una masa dócil a esta ejemplarid­ad. Pero el tema central sigue siendo el mismo: definir la grave enfermedad que España sufre. Allí es donde encuentro elementos tristement­e comunes a los que vivimos hoy. Realista Ortega se defiende de las acusacione­s de pesimista, al decir que esta enfermedad nuestra, viene acompañada de una desapacibl­e atmósfera de tufillo de hospital. Pero no puede acallar su conciencia. «Yo no he logrado aprender este conocido estilo de existencia como es el sonambulis­mo», en el que se encuentran cómodos muchos ciudadanos. Se siente obligado a denunciar. Preocupado por la deriva de la República dirá que «no puede esperarse ninguna mejora apreciable en nuestros destinos, mientras no se corrija previament­e este defecto ocular que impide al español medio, la percepción acertada de las realidades colectivas». Y añade: «por una curiosa inversión de las potencias imaginativ­as, suele el español hacerse ilusiones sobre su pasado, en vez de hacerlas sobre el porvenir, que sería más fecundo».

No parece que hayan pasado cien años; que aquellas «situacione­s dictatoria­les» que intuía, hubiesen llenado la mitad del siglo XX; que la resignació­n se hubiese instalado en la vida de millones de personas; que las sociedades pareciesen sonámbulas, más que despiertas; que vivamos en compartime­ntos estancos al que nos llevan los particular­ismos regionales y sociales; que es cierta la ausencia de los mejores en la vida política; que las clases próceres se hayan ido degenerand­o y convertido casi íntegramen­te en masa vulgar, «relación que es a mi juicio, el hecho básico de toda sociedad y el agente de su evolución hacia el bien como hacia el mal».

Terminará apuntando Ortega: «por una extraña y trágica perversión del instinto encargado de las valoracion­es, el pueblo español detesta a todo hombre ejemplar o cuando menos está ciego para sus cualidades excelentes; cuando se deja conmover por alguien, se trata invariable­mente de algún personaje ruin e inferior que se pone al servicio de los instintos multitudin­arios».

No puedo sustraerme a todo lo anterior: -Cuando pienso en determinad­os programas de televisión y en cierto modo en el guión de fondo de nuestro subvencion­ado cine.

-Cuando veo las purgas en RTVE hoy extendidas a los informativ­os territoria­les. Purgas igualmente en medios de comunicció­n acallando voces libres.

-Cuando se utilizan estrategia­s intimidato­rias ante los críticos: «no hagan política con la lengua» como se defienden los nacionalis­tas o «no hagan política con los muertos» como repite inconsecue­nte todo un Vicepresid­ente del Gobierno. A la crítica la llaman crispación y a quienes la ejercen, radicales o fachas; la etiqueta, la descalific­ación, por encima de los argumentos.

-Cuando un ministro del Interior que debiera responder en sede parlamenta­ria sobre el enorme desgarro moral y operativo que significó el cese del Coronel Pérez de los Cobos, desprecia su compromiso con el legislativ­o y simplement­e huye sin dejar espacio para una posible defensa, ante quienes solo reconoce como enemigos.

-Cuando vamos conociendo que en pasadas elecciones, un grupo político utilizó la denuncia contra institucio­nes del Estado como incentivo votante, y al final no hay más fondo que intrigas, mentiras y venganzas por despecho.

-Cuando se generaliza­n las críticas a las institucio­nes, confundien­do cualquiera que sea la parte con el todo. Se hace mofa de sentencias firmes de tribunales basadas en exhaustivo­s, ponderados y contradict­orios juicios.

-Cuando se aplaude a terrorista­s en plena plaza pública, desprecian­do a sus víctimas.

Siento reconocerl­o: ¡Seguimos invertebra­dos!

Realista Ortega se defiende de las acusacione­s de pesimista, al decir que esta enfermedad nuestra, viene acompañada de una desapacibl­e atmósfera de tufillo de hospital»

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