ENTRE DAVID BOWIE Y UN RACISTA SUICIDA
Jeff Noon cambia el «cyberpunk» por la novela criminal en los albores de la música punk y el glam
PocoPoco tiene que ver la trilogía cyberpunk «Vurt», «Pollen» y «La aguja en el surco» de Jeff Noon con las que triunfó internacionalmente con la novela policiaca «El Rey Perdido». Atrás deja la narrativa dislocada de William S. Burroughs y su «Expresso Nova» (1964), el desbarajuste de las drogas y el delirio de sus narraciones experimentales de ciencia ficción. Desde entonces, han pasado muchos años de oscuridad para Noon. Ahora, más comedido y aceptando las reglas del género detectivesco, por lo menos en su formulación clásica, se centra en un atractivo periodo de la historia musical inglesa: el glam rock, y rememora el ascenso y caída de un ídolo pop fácilmente identificable con David Bowie espolvoreado con polvo de estrellas de Marc Bolan y la máscara de payaso de Leo Sayer.
Que transmita la época y llegue a recrear el ambiente oscuro de la escena musical desde la aparición del punk a los nuevos románticos y las tribus góticas ya es harina de otro costal. Y lo intenta con un típico «whodunit» un tanto disperso en la investigación de varios crímenes.
Relaciones turbias
Todo en el libro es tan sencillo como un relato de Agatha Christie, pretexto para describir las relaciones turbias del ídolo pop con los distintos personajes que lo conocieron, amaron y quedaron fascinados por ese Rey Perdido que apenas alcanza la categoría de una desvaída fotocopia del glamouroso Bowie original. La música pop como religión laica, los iconos como santones y la parafernalia que le rodea como una lucrativa simonía de reliquias ni es nuevo ni está suficientemente elaborado para dar una idea deslumbrante de la época del glam en tanto nostalgia kitsch. Y todavía menos la época de los duros ajustes económicos de la era de Thatcher y las revueltas proletarias y punkis. Además de la investigación criminal, Jeff Noon sigue otra trama paralela, la brutalidad policial y los disturbios raciales en Brixton, al sur de Londres, en 1981. Una mano negra parece que se oculta detrás del suicidio del policía racista y otra gótica tras la muerte del músico y tres admiradores.
Que coincida la indagación policial con la histórica pop llega a resultar poco eficaz, tanto para la intriga policiaca, que se diluye entre un exceso de palabrería, como para reflejar los movimientos juveniles más estrambóticos que se dieron a comienzos de los 80, la segunda era dorada del pop inglés. No obstante, Noon conoce la escena y por momentos logra trasladar al lector a aquellos años absurdos, el descontrol de los adolescentes ante los cambios sociales que azotaban Gran Bretaña y la búsqueda de identidad. Una especie del club de los poetas muertos góticos. Hay momentos brillantes junto a otros en los que se olvida del lector para satisfacer sus desvaríos y conciencia social. Con una mayor síntesis hubiera sido mucho más ágil y acabada. Cierto que volar del cyberpunk a la novela criminal es como aterrizar sin frenos, pero Jeff Noon casi lo consigue, y debe reconocerse su mérito.