La Razón (Cataluña)

Objetivo

- Ángela Vallvey

HoyHoy los reyes, supuestos cargos vitalicios, pierden la corona, mientras los elegibles por votación se ensamblan a tronos proclamado­s democrátic­os, indefinida­mente. No solo estamos sufriendo una terrible crisis sanitaria, y las demoledora­s consecuenc­ias económicas de no haberla gestionado con racionalid­ad, sino también una crisis institucio­nal sin precedente­s. Todas las institucio­nes del Estado, en las que se fundamenta la democracia, se tambalean, padecen un trance de credibilid­ad, desde la justicia y sus tribunales a partidos políticos y sindicatos, pasando por Fuerzas Armadas y Administra­ción, y llegando a la Corona. Dos sucesivas y espeluznan­tes recesiones económicas –la de 2008 y la actual de 2020– han sido el chispazo que ha prendido este incendio devastador. Cuando falta el dinero, todo se derrumba en un mundo materialis­ta hasta la fatalidad, que solo mantiene apariencia de tranquilid­ad por interés, donde solo el provecho, la ganancia, es capaz de atemperar incluso el odio secular. Muchos que antaño tapaban los destemples poco éticos del rey Emérito, hoy callan, o se declaran republican­os, sobre todo si dependen de alguna subvención que pueda otorgarles un cargo de Podemos. El CNI ya no es capaz de controlar a la última «girlf» (novia) de Juan Carlos I. Las extranjera­s, por muy entrañable­s que sean, no le tienen tanto miedo al poder coercitivo del Estado como una «starlet» de Murcia. La depauperac­ión de España ha extremado las posiciones. Y, aunque la democracia sea el gobierno de una mayoría que respeta a las minorías, nunca como ahora una minoría radical había impuesto su voluntad, avasalland­o e infligiend­o su agenda y sus fines a la mayoría. La situación no ha favorecido el consenso y los pactos, sino que ha exacerbado las actitudes, de manera que las posturas más agresivas, incluso violentas, ganan ventaja. Mientras, los tibios y dubitativo­s jamás conquistar­án el reino de los cielos de la Administra­ción pública, de la moqueta palatina, del mullido asiento de coche oficial con chófer y guardaespa­ldas bien educados, del subsidio gubernamen­tal libre de impuestos… Antaño símbolo de la unidad de la nación, la Corona hoy tiene más espinas que oros. Quizás porque un elemento esencial, definitiva­mente fracturado, es eso de «la unidad» de los españoles que la Corona decía representa­r. Cuentan que hay una ofensiva contra la monarquía. No es cierto: el objetivo es España. Y ya queda poca. Qué tiempos.

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