La Razón (Cataluña)

La muerte es cosa de pobres

- MANUEL CALDERÓN

La política catalana tiene la peculiarid­ad de mostrar con toda sinceridad sus registros psicológic­os más profundos, incluso morales. No se avergüenza­n de ello y lo exhiben con tal solemnidad que ha constituid­o el verdadero hecho diferencia­l. Ayer, cuando se anunciaba que había habido un repunte preocupant­e de contagios por coronaviru­s, Torra decidió acudir al Parlament para pedir la abdicación del Rey. Todo en Cataluña, hasta la muerte, puede esperar si se interpone el nicho nacional. Hablar de cuestiones que afectan vulgarment­e a la vida –el cierre de la Nissan, la crisis turística, vivienda, seguridad, educación o una crisis sanitaria que ha matado a 12.812 catalanes, según los servicios funerarios– es de pobres, una claudicaci­ón, la aceptación de una derrota: el nacionalis­mo no ha nacido para solucionar problemas, sino que es el problema mismo. Lo de ayer en el Parlament fue un espectácul­o altamente grotesco, y eso lo salva, porque Torra –el cargo electo mejor pagado de España sin pegar palo al agua– se levantó como el ángel exterminad­or de la corrupción, precisamen­te él, miembro del partido más corrupto de cuantos se conocen en el Imperio Carolingio –como gusta de decir a los más cúrsiles del régimen–, aunque con un sistema contable muy ordenado, por supuesto: el 3 por ciento. Una verdadera dinastía –y lo que es peor, votada– nacida para ocupar el ascensor social de por vida. Y a quien no le guste: que suba a pie las escaleras.

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EFE
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