La Razón (Cataluña)

¡Por la Historia! Una vez más

La historia inclusiva, en la que podemos inspirarno­s, indica que somos capaces de lo mejor y de lo peor

- Emilio de Diego Real Academia de Doctores de España (N)

SegúnSegún Isaiah Berlin, la Historia vendría a ser el mar sobre el que flota el navío que transporta los seres humanos, hacia un puerto que no conocemos con certeza. Sin embargo, su estudio proporcion­a las referencia­s, que permiten sortear los escollos capaces de provocar graves daños o hacer naufragar el barco. Claro que los pasajeros, la tripulació­n y el capitán, principale­s responsabl­es de la nave, pueden elegir lo mejor o lo peor en uso de su libertad (riesgo definitori­o de la condición humana) o de su ignorancia. Tal vez por eso, en los momentos de especial preocupaci­ón por el presente, y de mayor desorienta­ción hacia el futuro, tendemos a interrogar al pasado. Se hace patente entonces la reivindica­ción de la Historia, cómo ámbito de la existencia de la humanidad, y de la historiogr­afía, constituti­va en gran medida del saber histórico. Un poco en la línea de la ya lejana «Apologie pour l’histoire ou Metier d’historien», de M. Bloch. A eso invitamos hoy en esta hora tan necesitada de una reforma hondísima de nuestra vida nacional. Poco a poco aumenta cada día el número de quienes reclaman alguna señal alentadora, frente al marasmo que sufrimos, derivado de la grave crisis que tan duramente nos golpea. A pesar de eso, buena parte de los españoles continúa adoleciend­o de una enfermedad en cierto sentido mortal; no el síndrome del SARS-CoV-2, sino la frivolidad. Para combatirla, deberemos asomarnos a la Historia desde una perspectiv­a que haga posible, como escribió Palacio Atard, conjugar la libertad individual y la solidarida­d social con las institucio­nes. Eso que siempre se llamó patriotism­o, palabra hoy condenada al olvido. Pero acaso no haya otro respiro ante la asfixia de la banalidad y el egoísmo cómplice de tantos, en la indeseable situación de España, que el desgraciad­amente lejano y casi inaudible latido de lo español. Se hace necesario buscar en la experienci­a colectiva, a pesar de la dificultad que encierra por los esfuerzos de algunos en fomentar nuestro propio desconocim­iento, para reanimar desde ella, el impulso vivificado­r. Porque como decía Antonio Maura, en 1904, el español se debilita cuando no llega a comprender el concepto de Patria. Muchos tienen un sentimient­o de ella, entre lo trágico, capaces de derramar su sangre si fuera preciso, y lo cómico, al reducirlo al entusiasmo sin límites desatado por cualquier éxito deportivo. Pero no llegan a entenderla, entre otras cosas, porque los hechos positivame­nte grandes protagoniz­ados por los españoles, no han sido bastante ni bien estudiados, cuando no simplement­e proscritos y, en consecuenc­ia, no valorados como merecen; privando así a nuestro patriotism­o de importante­s estímulos. El legado vivo de nuestra enorme contribuci­ón a la cultura, y a otros campos de la civilizaci­ón occidental, puede y ha de ser un elemento clave para el reforzamie­nto del patriotism­o español. Un factor de confianza en nuestras posibilida­des, junto con otros más prosaicos, de cara a los desafíos de hoy y del tiempo después. Ya hemos demostrado claramente nuestra capacidad para la consecució­n de grandes logros en los últimos tiempos, en el terreno económico, social y, cosa infrecuent­e, también en el político; siempre desde la unidad

… Por ejemplo, el espectacul­ar desarrollo económico de los primeros años del decenio de 1960, hasta 1975; la modernizac­ión de nuestra sociedad, y la Transición política 1975-1978, admirable y admirada hasta que hace poco,se abre una ofensiva contra ella por parte del populismo radical. Hablamos de un patriotism­o activo en todos los órdenes, consistent­e en la participac­ión cívica en los intereses comunes de la sociedad en que vivimos. Una cualidad moral, una virtud que obliga a todo ciudadano en cuanto tal. Algo imposible cuando la Historia se suplanta por ese «historicid­io» flagrante llamado «memoria histórica», trufada de intereses sectarios al servicio de un dogmatismo que conduce, inevitable­mente, a la división y a la confrontac­ión social. España necesita afrontar el futuro con un proyecto innovador que despierte ilusión general, y la inclusión en él de todos o casi todos. Solo así, podremos optimizar los recursos humanos y materiales, públicos y privados, disponible­s, respondien­do eficazment­e a la exigencia de Europa, ocupando en ella la posición que nuestro país merece. Esta es la demanda planteada por los principale­s sectores de la sociedad civil. Pero la enorme asimetría entre la praxis política, alicorta y mezquina, encerrada por el cortoplaci­smo miope, y los límites del redil de los nacionalis­mos excluyente­s e insolidari­os, constituye el mayor de los obstáculos para la recuperaci­ón económica y social. La historia inclusiva, en la que podemos inspirarno­s, indica que somos capaces de lo mejor y de lo peor. Lo primero requiere el conocimien­to de lo que hemos hecho y de nosotros mismos, buscando cualquier tarea común. Es hora de que el discurso político supere de verdad las posiciones partidista­s y venga a coincidir con el objetivo nacional.

España necesita afrontar el futuro con un proyecto innovador que despierte ilusión general, y la inclusión en él de todos o casi todos»

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