El emérito

QueQue no lo entiendo. No entiendo cómo podemos ser tan torpes como para cargarnos las cosas que funcionan. Que Torra ataque la monarquía, para construirse un cortijo en Cataluña, es lógico. Aberrante, pero lógico. Que lo pretenda Pablo Iglesias, para sustituir la democracia liberal por el marxismo, lo comprendo también. Pero que una parte generosa de la población contribuya al estruendo contra don Juan Carlos, sin darse cuenta de que la causa es sólo un ariete contra don Felipe, me parece tontuna extrema. Qué españolísimo todo.

Ahí tienes a los franceses, orgullosos de Rousseau, que escribió el «Emilio» –un tratado de educación emblemático– y abandonó a sus numerosos bastardos en orfanatos. Ufanos de Simone de Beauvoir, una «lideresa feminista» que ocupaba su tiempo en buscar jovencitas para metérselas a su Sartre en la cama. Contentos con Napoleón, que esclavizó a media Europa con sus tropas.

Pues claro que se cometen errores e injusticias. Y naturalmente que habrá que mirarlas con lupa. Pero de ahí a cargarse lo único que nos une políticamente a todos los españoles, va un mundo ¡No seamos bobos, por favor! «El emérito», lo llaman con desprecio… una vida entera saludando en nuestro nombre a hordas de pesados, repitiendo por el mundo la loa de España, parando golpes de Estado y dando forma a una democracia que salía del franquismo. ¿De verdad nos compensa ahora cavarle una tumba, eso sí, limpísima como un sepulcro blanqueado? ¿Es que no es suficiente ver a la legua las intenciones de quienes lo atacan?