La Razón (Cataluña)

Lluís Fernández Gloria Swanson LA ACTRIZ DE UN MILLÓN DE DÓLARES

FUE ESTRELLA CINE, SE CASÓ SEIS VECES Y ACABÓ CON EL REY DEL ALCOHOL DE CONTRABAND­O EN HOLLYWOOD: EL PATRIARCA DE LOS KENNEDY. TODO UN MITO

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«LA ACTRIZ DECÍA QUE ‘‘EL PÚBLICO NO QUERÍA LA VERDAD Y ELLA NO IBA A FASTIDIARL­E DÁNDOSELA‘‘»

QuienesQui­enes conozcan a Gloria Swanson sólo por su histriónic­a interpreta­ción de Norma Desmond en «El crepúsculo de los dioses» (1950) de Billy Wilder jamás podrían imaginar que fue una de las estrella más importante de los años 20. El filme de Wilder magnifica la grandiosid­ad de su figura a través de su recargada mansión, trajes, peinados y maquillaje desfasados. Un mundo detenido en el tiempo visto por un gigoló alucinado ante el declive de una vieja estrella. Cuenta Wilder que a la mansión la llamaban la casa fantasma. Tenía catorce habitacion­es y la piscina que tanto añoraba y sobre la que flota muerto el protagonis­ta fue construida ex profeso. Como las ventanas de cristal glaseado y esos recargados cortinones y muebles repletos de un centenar de fotografía­s de Gloria Swanson. En el Isotta Fraschini, valorado en 25.000 dólares, se gastaron varios millones equipándol­o con accesorios de oro, como el teléfono con el que habla con el chauffeur, que no es otro que el gran director Erich von Stroheim, causante de su mayor fracaso. La colonia de Hollywood que asistió al estreno salió horrorizad­a. LB Mayer dijo: «Habría que alquitrana­rlo y emplumarlo y echarlo de la ciudad». Éste se limitó a sacarle la lengua: «Fuck You!». Barbara Stanwyck cayó de hinojos a los pies de Gloria Swanson y le besó el dobladilló del suntuoso traje de noche.

La crítica destacó el momento de furia de la Swanson cuando, ante el haz de luz que proyecta «La reina Kelly» (1928), exclama: «¡Ahora ya no se hacen rostros así!» Es cierto. El filme de Stroheim nunca fue acabado, pero hay momentos en los que el rostro de Gloria Swanson aparece entre velas como si se tratara de un sueño irreal.

Otros, tan divertidos como cuando a la huerfanita se le caen literalmen­te las bragas al ver al príncipe a caballo y se las tira a la cara. Y ese final apoteósico de la reina fustigando con el látigo de siete colas a la huerfanita por todo el palacio, pura estética S/M de los tebeos de Stanton de los años 50. Frente a las vampiresas, amantes exóticas y flappers como Theda Bara, Greta Garbo y Clara Bow, se opuso la sofisticad­a diva Gloria Swanson. Primero fue «Bathing Beauties», bañista de Mack Sennett, pero Cecil B. De Mille la transformó, en sus atrevidas comedias eróticas, en una glamourosa ama de casa, que duerme en un lujoso dormitorio y el baño –¡oh, qué baño!– donde se muestra casi desnuda.

En estos «comidramas románticos» («silent rom-comdrams»), se hacía gala del adulterio y el intercambi­o de parejas y la lujuria se envolvía en «lingerie parisien», saltos de camas de satén con plumas, armiños y joyas auténticas. El pasado y la tradición quedaban arrinconad­os y en su lugar reinaba Gloria Swanson con desenfreno sensual, predispues­ta a la infidelida­d matrimonia­l y la ostentació­n materialis­ta de un lujo sólo al alcance de las divas.

En la demanda de divorcio, su tercer marido atestigua que Swanson mantuvo «relaciones» con al menos trece hombres distintos, incluidos Rodolfo Valentino y Cecil B. De Mille. Luego se lió con el rey del contraband­o de alcohol en Hollywood, el patriarca de los Kennedy, y tras rechazar una oferta de la Paramount de 900.000 dólares produjo tres filmes: dos fracasos y un éxito glorioso, «Sadie Thompson» (1928), por el que fue nominada al Oscar, y «El pantano», dirigida por el excéntrico Von Stroheim, nunca terminada.

A la altura de la realeza

Vista hoy, además del lujo de los decorados y la ingenua maldad del drama, una huerfana que hereda una red de burdeles en África, sólo se montó la primera parte, retitulada «La reina Kelly», amputada la historia del lupanar. En 1930, Joe Kennedy dejó a Gloria Swanson endeudada, en plena crisis del cine sonoro, y se largó.

La diminuta Gloria Swanson fue la primera estrella que quiso vivir a la altura de su realeza: «El público no quiere la verdad y yo no debo fastidiarl­e dándosela». Sus extravagan­cias formaban parte del Hollywood en el que el derroche y la ostentació­n fascinaban a un público que creía que las películas eran reflejo de la realidad. Su ropa y sus joyas eran parte del presupuest­o de sus películas. Un gasto conspicuo para fascinar a los espectador­es.

Y el estudio lo fomentaba: «Gloria Swanson es la segunda mujer en ganar un millón de dólares y la primera en gastarlo». Aireaban sus romances y los matrimonio­s para aumentar la taquilla. Volvió de París de rodar «Madame Sans-Gêne» (1926) casada con el marqués de la Falaise de Coudraye y fue recibida por miles de fans como una reina. Elinor Glyn, su asesora sentimenta­l, dijo de su «protégée» que tenía «los ojos más bonitos que he visto nunca. Ojos rasgado eslavos, con pestañas de cuarenta milímetros».

«En aquellos días, el público quería que viviéramos como reyes y reinas –dijo la Swanson–. Por tanto, lo hicimos. ¿Y por qué no? Estábamos enamorados de la vida. Ganábamos más dinero del que hubiéramos soñado nunca que existiera y no había ninguna razón para creer que aquello acabaría nunca». Fueron años materialis­tas y amorales en los que a la gente le gustaba escandaliz­ar y ser escandaliz­ada, y Gloria Swanson lo hizo a conciencia.

 ?? LA RAZÓN ?? Swanson fue una actriz bella y cínica; una diva que no dudó en aprovechar­se de su sensualida­d y que vivió con desenfreno y pasión su fama
LA RAZÓN Swanson fue una actriz bella y cínica; una diva que no dudó en aprovechar­se de su sensualida­d y que vivió con desenfreno y pasión su fama

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