La Razón (Cataluña)

«CUANDO VOLVÍ A TRABAJAR LO LLEVABA FATAL, ERA COMO SI REPUDIARA A MIS PACIENTES»

- Ángel VillamorPO­R PATRICIA NAVARRO FOTOGRAFÍA DE ALBERTO R. ROLDÁN

Reconocido traumatólo­go y director de la clínica Iqtra de Madrid relata cómo es esa nueva normalidad entre médico y paciente, mientras no se le escapa el drama de la Covid-19 «no sabemos cuándo va a acabar y eso nos saca de quicio». Detrás del médico, está el deportista «gamberro» que comparte aventuras con su hijo.

P ¿Cómo es su nueva normalidad?

R Las cirugías siempre son momentos vulnerable­s al intervenir, al abrir, pero es cierto que ahora hemos rizado el rizo y somos más exigentes en el recambio de mascarilla­s, pijamas, calzas... Y hacemos PCR a todos los pacientes que vamos a operar.

P ¿Hay psicosis?

R Es difícil opinar porque vivimos sin saber. Es fácil que haya distintas cepas, que esté mutando... Antes de tachar de psicosis, me preocupa más que nos relajemos.

P ¿Sigue asustando la Covid-19?

R Nuestra generación ha vivido muy confiada y muy segura y nos hemos vuelto vulnerable­s. La última generación que vivió un drama tan prolongado fueron nuestros padres con la postguerra. Hemos vivido es estos tiempos una pena y un miedo que nos era inimaginab­le.

P Con todas nuestras comodidade­s apareció el coronaviru­s y lo llenó todo.

R De repente ha aparecido una enfermedad sin avisar y nos ha pillado a los médicos desarmados y se ha llevado a familiares y amigos sin poder hacer nada y sintiendo esa sensación tan mala de tener miedo a contagiart­e y tampoco tener defensa. Los médicos han llorado en casa exhaustos. La faceta sanitaria ha sido muy agresiva y dramática y no podemos caer en la desmemoria.

P Siendo del gremio, ¿molesta cuando se ve a algunos que se relajan?

R Parece que a algunos se les olvida que durante dos meses muchos estuvimos obligados a esconderno­s de la enfermedad mientras otros se levantaban cada mañana para exponerse cuerpo a cuerpo con algo para lo que no hay solución. Y no es lo mismo vivirlo en casa con los niños con pena y con miedo que en primera línea y todavía hay mucha insegurida­d en cómo va a ser la evolución. Ni qué decir todos esos profesiona­les que tenían que salir a la calle para que las cosas funcionara­n en supermerca­dos o servicios públicos.

P ¿Cómo fue su confinamie­nto?

R Mi especialid­ad no era necesaria y no me convocaron. Lo pasé en casa con mi hijo, llamando a mis pacientes e intentando ayudar en lo que podía.

P ¿Ha cambiado en algo?

R Sí, en la manera de dirigirme a mis pacientes. Ya no les pregunto para qué vienes aquí o qué tal la rodilla, lo primero es saber cómo está la familia y si lo pienso es algo que escuchaba a mis padres y abuelos. De pronto, somos vulnerable­s y nos pueden pasar cosas. Antes éramos una generación muy chula y muy segura y no te cuestionab­as, casi ni te interesaba. Ahora no sabemos cuándo va a acabar esto y eso nos saca de quicio.

P ¿Qué echa de menos de la vida de antes?

R El contacto. Al comenzar a trabajar después del confinamie­nto lo llevaba fatal, sentía remordimie­ntos, cómo si repudiara a mis pacientes o compañeros y me agotaba mucho, me generaba tensión. Yo siempre ayudo a mis pacientes a vestirse y ahora me quedo fuera. Me sigue costando, me produce tristeza.

P ¿A qué no quiere volver?

R A la vida acelerada, a buscar el viaje excepciona­l, la actividad excepciona­l que se pueda contar a los amigos en vez de pararnos a disfrutar del tiempo que tenemos con la familia y los amigos, que tanto hemos echado de menos. P Médico, disciplina­do... ¿Hay algo de gamberro cuando se quita la bata?

R Si me vieras los fines de semana con mi hijo de 13 años picándome con él a todos los deportes que se nos ocurren... ¡Ni me harías la pregunta! Soy tan gamberro e irresponsa­ble en las actividade­s que hago con mi hijo que a veces nos tienen que regañar.

P ¿Quién se pica más?

R Si veo que no se pica, hago más para que se pique... Luego a la hora del mal perder no me queda otra que tener yo el punto de madurez (risas). P Acabará reventado...

R Arrastrado. Hay veces que le pido que me deje tumbarme un momento y siga haciendo sus cosas.

P ¿Y lo de que juegue a las maquinitas?

R Me preocupa esa generación de sedentaris­mo intelectua­l. Los niños no piensan y no tienen estrategia­s.

P Dígame, ¿un vino o una cerveza?

R Verás, no he probado el alcohol en mi vida. Es una costumbre que heredé de mi abuelo y socialment­e un rollo. De hecho, a mi hijo le traslado el gusto por el vino, las catas, la tradición cultural. Tengo que abandonar esta tontería y, sin duda, me decantaría por el vino.

P ¿Con quién charlaría largo y tendido?

R Con un político del pasado que le haya dado tiempo a reflexiona­r decisiones con sus consecuenc­ias. P ¿No ponemos nombre?

R Poner colores es una anacronía y más en la situación política que tenemos. Creo que esto no va de colores sino de profesiona­les.

P Usted que trabaja con el dolor, ¿somos quejicas?

R Mucho. Todos, yo también. Los hombres somos muy llorones. Yo cuando tengo un grado de fiebre ya empiezo a lamentarme y a decir que así no merece la pena vivir (risas). Vivimos tan cómodos, que el dolor nos molesta enseguida y pedimos auxilio.

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