La Razón (Cataluña)

UN PUEBLO OLVIDADO, UN PUEBLO TRAICIONAD­O

La explosión de Beirut es la gota que colma el vaso de la incompeten­te gestión de un país corrupto convertido en la nueva Venezuela

- BORJA DE ARÍSTEGUI Profesor de Relaciones Internacio­nales

Hoy en día, es Hizbulá quien hace y deshace gobiernos. Es militarmen­te cinco veces más poderosa que el Ejército libanés»

EnEn el país de los majestuoso­s cedros, apenas quedan bosques. La mala gestión de los parajes naturales del Líbano es un síntoma de la grave enfermedad que afecta al país. Apenas unos cuantos árboles son hoy testigos de la mayor catástrofe vivida en el Líbano desde la guerra civil del siglo pasado. Una catástrofe que pudo ser evitada. Una catástrofe consecuenc­ia de la incompeten­cia, de la negligenci­a, de la mala fe. Una catástrofe que no es más que otro síntoma de un país enfermo, contagiado por un letal virus, infectado por la corrupción.

Líbano, cuya capital Beirut fue antaño conocida como el París de Oriente Medio, es hoy uno de los mejores ejemplos de cómo la codicia y la avaricia de poder pueden destrozar, no solamente un sistema político, si no las vidas y los sueños de un pueblo que ha sido una y otra vez traicionad­o por sus dirigentes. Años de mala gestión e incompeten­cia, añadido a una corrupción rampante han llevado a esta pequeña república en la costa oriental del Mediterrán­eo a la ruina.

Tras años de guerra civil, se llegó a un acuerdo por el cual se volvería al antiguo pacto nacional entre las múltiples denominaci­ones religiosas del país que aseguraba una representa­ción parlamenta­ria a todas, y por tanto una cuota de poder en el país. De este modo, el presidente sería siempre cristiano, el primer ministro sunní, y el presidente del Parlamento chií. En realidad, este reparto del poder resultó en un sistema neofeudal, controlado por una casta política que se especializ­ó en exprimir a una población que intentaba, bajo la falsa apariencia de una democracia, salir adelante en un país con escasos recursos. Mientras el pueblo libanés se afanaba en dejar atrás las divisiones de la guerra, los nuevos señores feudales se garantizar­on sus pequeñas cuotas de poder, explotando diferencia­s que el pueblo intentaba dejar atrás. Este sistema disfuncion­al ha convertido al sectarismo en la base sobre la cual se ha construido la más eficiente cleptocrac­ia. El gobierno del Líbano ha sido protagonis­ta en los últimos años por su flagrante incapacida­d de gestionar los más básicos servicios. Los escándalos son muchos y sonados, desde la crisis de la basura de hace unos años cuando ríos de desechos inundaban las calles, a la incapacida­d de hacer frente a los fuegos forestales del verano pasado por el hurto de los fondos del mantenimie­nto de los helicópter­os de bomberos. En el país donde son comunes los cortes de electricid­ad, el ministro de Asuntos Exteriores y anteriorme­nte de Energía del anterior gobierno, y yerno del actual presidente, se jactaba de la compra de su segundo yate.

Y es que en este sistema neofeudal nadie quiere quedarse sin su trozo del pastel. El principal actor político, social, e incluso, si me permiten, militar del país es Hizbulá, una organizaci­ón paramilita­r chií, que ha logrado instaurar un estado paralelo al libanés dentro de sus fronteras. Una organizaci­ón que, en los últimos años, y debido al alto crecimient­o demográfic­o experiment­ado por su base, además de notorios éxitos militares contra Israel en 2006 y, más recienteme­nte en Siria, ha logrado convertirs­e en la llave de todo gobierno. Hizbulá no puede aceptar las reformas del FMI ya que estas supondrían no solamente su desarme, si no el desmantela­miento de la red clientelar que ha forjado entre la población chií y que es la base de su poder. Mientras se mantengan los feudos, tanto de unos como de otros, el pueblo libanés seguirá a merced de los intereses de la oligarquía sectaria.

Este (des)gobierno sentó las bases de la mayor crisis financiera de la historia reciente del país. Un país con una población altamente educada, que tenía una economía basada en los servicios, incluido un, supuestame­nte, robusto sistema bancario, es hoy por hoy una nueva Venezuela. La lira libanesa vale un 80% menos que el año pasado, y los precios de alimentos básicos se han incrementa­do un 200%. Los medicament­os escasean y la economía ha entrado en barrena. Además, institucio­nes como el FMI se han negado a proporcion­ar más ayuda financiera ya que la clase política no ha sido capaz de aceptar una serie de reformas condiciona­les para el sistema. Nadie ha querido arriesgars­e a quedarse sin pastel.

En octubre de 2019, sin embargo, los libaneses llegaron al hartazgo. Una serie de movilizaci­ones masivas paralizó el país bajo el lema de “todos significa todos” que demandaba la dimisión de todo el gobierno y toda la clase política en bloque, pedían el fin del sectarismo, pedían la capacidad real de elección, pedían responsabi­lidad, pedían que se rindieran cuentas, pedían soluciones.

La explosión de más de 2,700 toneladas de nitrato de amonio en el puerto de Beirut no ha sido un episodio fortuito. Las autoridade­s libanesas sabían de la presencia de este cargamento ruso en el puerto desde hace 6 años. En numerosas ocasiones documentad­as las autoridade­s portuarias solicitaro­n al poder judicial apoyo para trasladar el material altamente peligroso.

Queda alguna incógnita por esclarecer

¿Qué, o quién, hizo que los jueces detuvieran el traslado del nitrato de amonio? ¿Quién es el titular del hangar 12? ¿Quién es el titular del hangar 9? ¿Qué contenían los hangares 9, 10 y 11? ¿El nitrato de amonio fue dejado allí con la simple esperanza de algún funcionari­o del puerto por sacarse un dinero extra, o había alguien más interesado?

El hecho de que los jueces detuvieran varias veces su traslado no pinta nada bien.

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AP Farah Mahmoud envuelta en una bandera de Líbano supervisa la casa destruida de sus padres

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