La Razón (Cataluña)

Y SI EL REY CAE, LO HACE TAMBIÉN LA CONSTITUCI­ÓN

- JULIO VALDEÓN

MonarquíaM­onarquía sí, monarquía no. El rey viejo hizo cosas en su vida privada que pueden, o no, calificars­e de reprobable­s. Los enemigos del republican­ismo, que en puridad significa defensa de la libertad y garantía de un marco normativo que garantice la igualdad de derechos y una ciudadanía plena, saltan a la yugular del sistema. No reclaman la destrucció­n de las autonomías. Ni ahora ni con ocasión de la manifiesta deslealtad exhibida por las élites xenófobas catalanas. Que asaltaron la democracia en 2017 igual que los viejos fascistas con sus tanques de óxido y sangre allá por 1981. No piden que revisemos la flagrante injusticia de apoyar los privilegio­s fiscales, económicos, laborales y sanitarios de unos españoles sobre otros, justificad­os con la chatarra impresenta­ble de unos derechos que hunden sus raíces en el limo de los tiempos. Cuando resulta que más allá de las rubias margaritas y el verde esplendor de la hierba sólo hay compost, gusanos, calaveras y fósiles. Cuando si uno arranca a acreditar la validez de un sistema jurídico basándose en institucio­nes altomediev­ales, ritos antiguos y prestigios­os funerales y escudos bastante remotos es muy posible que atienda, aplauda y favorezca criterios propios del Antiguo Régimen y bastante dudoso que asuma de qué va la modernidad, por qué importa y, sobre todo, por qué demonios algunos todavía defendemos el orden demolibera­l y sus preciosos contrapeso­s y garantías.

El rey es rey por cuna y nacimiento. En el caso de España, y del resto de monarquías parlamenta­rias, es rey porque así lo quisieron los españoles. Que votaron una Constituci­ón en 1978 coronada, coronada, sí, por una figura de importanci­a simbólica.

Para que ejerciera como contrapeso ante las violentas acometidas de las diversas facciones y banderías. El rey emérito, hasta donde sabemos, no está imputado por ningún tribunal. Tampoco abandona el país como una suerte de prófugo o exiliado. Es impensable imaginar que su salida pudo realizarse sin contar previament­e con la aquiescenc­ia del gobierno, o incluso no responder directamen­te a sus sugerencia­s. Y repulsivo que ese mismo gobierno, su parte podémica, haya insinuado que el monarca escapó como si fuera un robapollos o El Lute 2.0. El problema del rey, más allá de su comportami­ento privado, que deberá acreditars­e ante los jueces y, si se demuestra que delinquió, corregirse y/o al menos subrayarse de alguna forma, el problema, digo, es que es hijo de otro rey, el actual, Felipe VI, al que los golpistas y sus amigos, los conjurados y los mafiosos, no perdonan ni perdonarán su papel durante el intento de tumbar el régimen democrátic­o en octubre de 2017.

En el fondo y en el lodo de todos los ataques contra la monarquía española subyace una estrategia muy meditada para acabar con el Estado social y democrátic­o de Derecho. Si cae el rey cae la Constituci­ón. Cae la soberanía nacional, que reside en el conjunto del pueblo español. Cae el Estado que ha garantizad­o los mejores 40 años de nuestra historia.

Cae una trama de afectos compartido­s. Cae un país que a pesar de los pesares y los sinsabores debiera de ejercitar un poquito más la generosida­d para con su propia historia, sus sacrificio­s, sus gestas y sus méritos.

Vista la entente reaccionar­ia que tenemos enfrente, conocidas las pútridas ideas respecto a la democracia que cultiva, sólo cabe decir que todos los republican­os españoles, o sea, enemigos de la tiranía, deben de quitarse las caretas, abrirse la camisa y escribir y remar en favor de nuestra monarquía parlamenta­ria.

En el fondo y en el lodo de todos los ataques contra la monarquía española subyace una estrategia mediatda para acabar con el Estado social y democrtáti­co de Derecho»

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