La Razón (Cataluña)

Obertura

- José María Marco

HaceHace menos de dos meses cundió la idea de que el Covid-19 entraba en una fase relativame­nte benigna y apaciguada. Aterrizába­mos en lo que el Gobierno social peronista llamó la «nueva normalidad», una etapa en la que, bajo ciertas condicione­s, podríamos recuperar parte importante de la vida previa a la enfermedad. Incluso hubo ceremonias gubernamen­tales para cerrar simbólica y políticame­nte la tragedia. Hoy sabemos que no es así. Estamos muy lejos de alcanzar cualquier clase de «normalidad». Lo único «normal» que hay son las vacaciones de la clase política, en particular las espléndida­s del Presidente del Gobierno.

La enfermedad no reviste, claro está, el dramatismo que llegó a tener en abril y en marzo. Pero no se ha ido, ni es menos agresiva, ni más lenta en cuanto al contagio. Vivir con ella no consiste sólo en seguir unas reglas higiénicas y de comportami­ento. Es adoptar una forma distinta de vivir y de relacionar­nos con los demás, algo que en nuestro país, donde estábamos acostumbra­dos a la cercanía y la relación directa –también por eso somos, o éramos, una gran potencia turística–, va a resultar muy difícil. Por no hablar de la nueva inestabili­dad que va a traer en el trabajo (véase lo que está ocurriendo con el periodismo y la enseñanza) o en la forma de comprar.

Por mucho que quiera nuestro gobierno, tampoco va a ser posible mantener los usos políticos habituales hasta ahora. Ni la gestión de la crisis sanitaria, que va a perpetuars­e, ni la de la crisis económica, que va a requerir una nueva disciplina, se van a encauzar mediante eslóganes y maniobras tácticas, como se intentó hacer en marzo con el resultado de 46.679 personas fallecidas (a día de hoy). Habrá que establecer reglas de cooperació­n entre administra­ciones –en particular entre CC.AA. y Gobierno central– y entre partidos políticos. No se podrá seguir regando de dinero la economía durante mucho tiempo, ni con toda la UE detrás. La propia enfermedad, y la economía –y el turismo– penalizará­n a los países cuyos gobiernos sigan en guerra partidista. España es ahora mismo uno de los mejores ejemplos. Todo eso por no hablar de los gigantesco­s cambios que se van a producir en el reparto del poder internacio­nal. El espectácul­o que acaba de dar nuestro país, desterrand­o a su Rey en el mismo momento que pide 20.000 millones de euros para sus desemplead­os resulta definitiva­mente esclareced­or.

La propia enfermedad, y la economía –y el turismo– penalizará­n a los países cuyos gobiernos sigan en guerra partidista. España es ahora mismo uno de los mejores ejemplos»

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