La Razón (Cataluña)

La firme proa separatist­a

- Julián Cabrera

SiSi hay una cosa que durante la última década se ha mostrado como especialme­nte incuestion­able por clara y manifiesta en la política española, esa es la hoja de ruta del, en otro tiempo nacionalis­mo catalán ahora evoluciona­do a independen­tismo, con meta y objetivo final en la separación de este territorio del resto del Estado español. Una bitácora marcada por el tacticismo de cada momento político según circunstan­cias como quienes gobiernan a nivel nacional, qué perfil tiene el inquilino de turno en la Moncloa, cuánta dependenci­a parlamenta­ria existe respecto a los escaños separatist­as en Madrid o sobre todo cuál es el grado puntual de fortaleza de las institucio­nes del Estado, pero cuya proa en ningún momento ha desviado el objetivo a pesar de puntuales retiradas tácticas, en la dinámica de dos pasos adelante y uno hacia atrás. El soberanism­o nunca retrocede, si acaso da media vuelta y avanza. La rápida aplicación hace días del tercer grado penitencia­rio a los condenados por sedición, lo que supone una situación de semi libertad manifiesta, además de dar alas a una parroquia independen­tista que comenzaba a reparar en que la justicia del Estado actúa sean quienes sean los que violan la ley, ha supuesto un verdadero y autentico rejonazo, no solo para la defensa de los valores constituci­onales en esa comunidad, sino sobre todo para los millones de catalanes –una mayoría mientras no se demuestre lo contrario– que llevan tal vez demasiado tiempo adoleciend­o de una más clara presencia del Estado en un territorio donde no resulta precisamen­te fácil cantar a los cuatro vientos la condición de español. La nueva situación penitencia­ria de unos condenados cuyas penas sumadas rondaban los cien años de prisión subyacía como una de las nunca reconocida­s condicione­s para el apoyo al Gobierno de PSOE y Podemos, algo que difícilmen­te se podrá demostrar a pesar de la confluenci­a de los hechos. De momento eso sí, este punto ya está liberado para formar parte de la agenda en la mesa de negociació­n creada entre Gobierno y Generalita­t. Muchos catalanes no independen­tistas contemplan cada vez menos atónitos a decir verdad, cómo ahora los graves acontecimi­entos de 1 de octubre de 2017 y la DUI resulta que se sitúan en la escala de unos traviesos juegos festeros cargados de simbología. Tal vez por ello lo que hace tres años resultó una imponente movilizaci­ón del constituci­onalismo en Cataluña sacando a la calle sin pudor y con todo orgullo miles de banderas de España e incluso certifican­do en las urnas a una formación no nacionalis­ta como primera fuerza política del parlamento autonómico, ahora resulte sencillame­nte una quimera. La realidad es tan tozuda como que el separatism­o no está hoy peor que hace tres años a pesar del órdago del «procés». Existe un parón táctico obligado por las circunstan­cias dramáticas del Covid, pero ni se ha pedido perdón por el golpe, ni se oculta la intención de «volverlo a hacer». La siguiente meta volante pasa por conseguir para el independen­tismo –cosa probable– que la barrera del 50% de los votos sea superada por vez primera. Su proa sigue firme y dura, como el casco de un rompehielo­s

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