Líbano, otra vez
La frase, terrible, pronunciada ayer por el primer ministro de Líbano, Hasan Diab, al anunciar la dimisión en bloque del Gobierno transmite el sino amargo de un país que lo podría ser todo y que tropieza a cada rato con un determinismo de tragedia griega: «El sistema de corrupción es más grande que el propio Estado». Las protestas que siguieron a la brutal explosión, en principio accidental y producto de una negligencia y una desidia propias del Tercer Mundo, se han llevado por delante al Ejecutivo que apenas acababa de arrancar antes de la pandemia de marzo. Pero da igual. Antes de eso fueron las manifestaciones de octubre contra un régimen corrupto y secuestrado, que terminó con el gobierno de Said Hariri, y después la depreciación de la libra, ¡un descalabro del 80%!, que ha diezmado los sueldos y ha llevado a la población que normalmente se apañaba bien a pasar hambre. Literalmente, hambre.
¿Y qué cabe esperar de esta renuncia en bloque? Alejado el adelanto electoral, se espera que se nombre un nuevo jefe del Ejecutivo, quizá otro gabinete de concertación nacional... De estos ya hemos visto unos cuantos, pero lo cierto es que el país está al borde del colapso, esquilmado por una clase dirigente incapaz de enjaretar a la nación de los cedros, que ha sido el teatro de operaciones de Siria, Irán, Israel... Un país que parece llegar tarde, siempre tarde y mal, a una cita con la Historia que debía haber sido prometedora. Los libaneses no se merecían menos.