La Razón (Cataluña)

Iglesias se aferra a la coalición frente a los casos de corrupción

- ANTONIO MARTÍN BEAUMONT

Su presencia en Moncloa no peligra Pese a las investigac­iones abiertas, a Sánchez no le interesa que Podemos salga del Gobierno

En esta ocasión no le vale a Pablo Iglesias el «comodín» de las cloacas del Estado. Se le ha desgastado el «victimismo» a fuerza de utilizarlo. No cuela eso de todo un sistema tratando de derribar a un partido en crecimient­o. Unidas Podemos ya es parte del sistema tanto o más que las denostadas formacione­s de la vieja política, y hace tiempo dejó de ser una fuerza emergente. Partiendo de esa premisa, el vicepresid­ente segundo del Gobierno sabe que en otoño tendrá que cruzar su peculiar Rubicón. Tal vez no lo quiera ver. Segurament­e es mejor alejar las malas noticias. Pero su partido se dirige al trimestre más decisivo de su breve historia política y, sobre todo, institucio­nal.

No son las cloacas ni una conspiraci­ón de poderes ocultos dirigidos por un comisario corrupto quienes han puesto negro sobre blanco los tejemaneje­s de la cúpula morada encabezada por Pablo Iglesias y Pablo Echenique, tan diligentes a la hora de encontrar las corruptela­s de los demás y tan perezosos en investigar las propias. Vale mejor que nunca eso de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.

No. El foco en las corruptela­s de Podemos lo han puesto un juez de Instrucció­n de Madrid, Juan José Escalonill­a, el Servicio Ejecutivo de Prevención del Blanqueo de Capitales y el mismísimo Tribunal de Cuentas en su reciente informe fiscalizad­or. A todos ellos hay que sumar la «manta» de la que ha comenzado a tirar el que fuese jefe de los Servicios Jurídicos de Podemos, José María Calvente.

Por todas estas investigac­iones, aún en fase preliminar, hemos ido conociendo detalles que casan mal con un movimiento que se había otorgado a sí mismo la condición de adalid de la regeneraci­ón. ¿Quién cree ya que venían a limpiar la democracia española? ¿O en sus sanas intencione­s de renunciar a la financiaci­ón bancaria para ser independie­ntes? ¿O en que fijarían el sueldo de sus cargos públicos no más allá de tres salarios mínimos para alejarse de «la casta»?

Ahora sabemos, por ejemplo, que Pablo Iglesias no ha declarado los millones de euros en financiata­gonista ción paralela recibidos del régimen iraní a través de la productora que realizaba los programas que él presentaba en Hispan TV. Así lo denuncia el Sepblac, que alertó a la Policía de las irregulari­dades del partido de Iglesias.

Igualmente, según el «arrepentid­o» Calvente, en la antigua sede nacional de la calle Princesa había un reducido grupo VIP de dirigentes que percibía sueldos en B, complement­osenefecti­voyunaampl­ia gama de prebendas. «Prebendas» similares a las que utilizaron Iglesias y Sánchez para derribar a Mariano Rajoy, apoyándose en un párrafo de una sentencia del «caso Gürtel» enmendado después por la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional. Viva la impostura.

Y otro juez de la Audiencia Nacional, que investiga el «caso Morodo», sigue la pista al destino de millones de euros que el régimen de Chávez esquilmó de la empresa pública Petróleos de Venezuela y, según algunas informacio­nes, regaron las cuentas del ex embajador de Zapatero en Caracas y de asesorías vinculadas a dirigentes de Unidas Podemos, entre ellos al siempre «viscoso» ideólogo del líder supremo morado, Juan Carlos Monedero.

Monedero, por cierto, es el prode otro de los manejos que hemos conocido en estas horas, en este caso en un informe del Tribunal de Cuentas sobre los gastos electorale­s del partido morado y sobre los pagos a la controvert­ida firma Neurona (en el entorno del antiguo asesor y cofundador del partido) por campañas poco ajustadas a lo que marca la vigente Ley Electoral. Asunto del que todavía queda mucha tela que cortar.

Llama la atención que el mismo Pablo Iglesias que impuso al PSOE en el Congreso una comisión de investigac­iónsobrela­financiaci­ón de partidos (foro parlamenta­rio que escondía una operación de linchamien­to al PP como la que el partido de los círculos quiere levantar ahora contra Felipe VI) sea tan reticente en acudir al Congreso a «desnudar» las cuentas de sus siglas. Abrir las puertas y las ventanas es lo que el líder de ultraizqui­erda defendía en 2015. Ahora las cosas son bien distintas.

En más de una ocasión, uno de los actuales ministros del PSOE, muy vinculado a Ferraz, ha ironizado en conversaci­ones privadas con que, pese a su «corta edad», la financiaci­ón de Podemos «es uno de los grandes enigmas de la democracia». Más que eso. Como diría Winston Churchill, es «un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma». Pero Pablo Iglesias no es ya el líder del 15-M llamado a «tomar los cielos por asalto». Es un vicepresid­ente y tiene una silla en la Comisión de Seguridad Nacional y en la Comisión de Control del CNI. Nada más y nada menos. Lo que le atañe ya no concierne solo a aquel «enfant terrible» de la política que salía en programas de televisión.

Algunos analistas juegan con la hipótesis de que, aprovechan­do el tsunami desatado por la marcha del Rey Juan Carlos y los repetidos desplantes de Pedro Sánchez, Iglesias plantee a su «Politburó» el abandono de la coalición que le sienta a él y a Irene Montero sobre la mullida moqueta del Consejo de Ministros. Que nadie se llame a engaño. El poder es el mejor pegamento del mundo. Y no están los tiempos en Podemos como para arriesgars­e al frío que hace fuera del refugio de La Moncloa.

Tampoco a Sánchez le interesa que su coalición de Gobierno se trunque. No, al menos, a estas alturas del partido. Porque está convencido de que un pacto con el PP, más allá de temas coyuntural­es, le castigaría muchísimo ante un electorado, el socialista, al que ha moldeado hasta convertirl­o a la imagen y semejanza de su «No es no». Así que no cabe otra que seguir abrazado a ese «Unidas Podemos de los chanchullo­s».

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El vicepresid­ente segundo del Gobierno y líder de Podemos, Pablo Iglesias, el pasado mes durante su participac­ión en los cursos de verano de El Escorial
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