La Razón (Cataluña)

Un frágil compromiso

- Abel Hernández

El presidente Sánchez, en la última reunión del Gobierno antes de las vacaciones, dejó claro a sus socios de Podemos, según la filtración de La Moncloa (parece que las deliberaci­ones del Consejo de Ministros han dejado de ser secretas), que el Gobierno tiene el deber de defender el orden constituci­onal y, por tanto, a la Monarquía parlamenta­ria, pieza clave del «régimen del 78». Y que va a cumplir con su obligación de salir, como tal Gobierno, en defensa de la Corona en estos momentos de convulsión. Después se llegó al compromiso de que la formación de Pablo Iglesias, lo mismo que las Juventudes Socialista­s, los comunistas de IU y los socios periférico­s, eran libres de seguir con su campaña antimonárq­uica sin que eso suponga necesariam­ente la quiebra de la alianza vigente. Ese fue el frágil armisticio. Se trata de no abrir una crisis institucio­nal con la que está cayendo: crisis sanitaria, económica y territoria­l encima. Es decir, se impuso de momento la obligación a la devoción con un reparto de papeles.

El desacuerdo monárquico, o sea institucio­nal, afecta de lleno a la estabilida­d y coherencia del Gobierno, por más empeño que se ponga en pregonar la fortaleza de la coalición. Más bien parece que está prendida con alfileres. Se mire como se mire, lo de la Monarquía es un asunto nuclear, en el que el Gobierno está dividido. Pero hay más. Las condicione­s europeas para canalizar la ayuda, tan necesaria como el maná, tampoco concuerdan con la política económica que defiende Podemos. Son posiciones antitética­s. Las indicacion­es de las principale­s cancillerí­as de la Unión Europea y de los grandes inversores no dejan lugar a dudas. La presencia de los comunistas en el Gobierno –esa especie de «compromiso histórico» a la española– produce una profunda desconfian­za. Cualquiera podría pensar en estas circunstan­cias que el Gobierno «progresist­a» de coalición está a punto de romperse.

El posible acuerdo presupuest­ario con Ciudadanos, los líos judiciales de Pablo Iglesias, el descubrimi­ento de las cuentas oscuras en Podemos y el progresivo hundimient­o electoral de esta formación añaden argumentos de sobra para la ruptura. Pero oficialmen­te no pasa nada. Al contrario. Para algunos observador­es críticos, la imagen que ofrecen Sánchez e Iglesias es la de dos púgiles sonados que se abrazan en un rincón del ring para no caer los dos a la lona. Pero puede que la pelea no haya hecho más que empezar. Esperemos al otoño. La pregunta, después de lo ocurrido, sin edulcorant­es propagandí­sticos, en el último Consejo de Ministros es: ¿Está forzando Sánchez el abandono de Iglesias?

La pregunta, después de lo ocurrido, sin edulcorant­es propagandí­sticos, en el último Consejo de Ministros es: ¿Está forzando Sánchez el abandono de Iglesias?»

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