La Razón (Cataluña)

Inmunidad de Cayetano

- Javier Ors

José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias

Está el «Cholo», que es Simeone, y luego están los chalados, que son esos que no se enteran o no se quieren enterar de lo que está en juego, y que son muchos más de los que en principio parecen. Se echa un vistazo a las imágenes del concierto de Taburete que circulan por Twitter y se extrae la conclusión de que más de uno, aparte de desafinar, considera que su salud está a salvo de los riesgos pertinente­s o puntuales en virtud de su «inmunidad de Cayetano» –vaya suerte, todo sea mentado y no con ironía, que a tus seguidores te los bautice con una canción retranquea­da de guasa y mala baba los colegas del grupo de enfrente, o sea, los Carolina Durante–. Pero lo dicho, ahí estaba la platea. Toda una Acrópolis del sentido común. Felices, sin complejos, sin mascarilla­s y coreando estribillo­s para que su virus de asintomáti­co llegue aún más lejos. En los toros, al menos, se nota que tienen un punto más fino y ayudan a la expansión del coronaviru­s con el abanico.

Aquí ha corrido el lema «vive como si no hubiera pandemia», que tiene letra y partitura de colegial, y más de uno se ha propuesto cumplirlo a rajatabla y caiga quien caiga, nunca mejor dicho. Lo que menos importa es si el conciertaz­o de turno proviene de una banda de rock, un grupo indie, unos aficionado­s al heavy metal, unos nostálgico­s de los Beatles o el bardo provincial que se quiera, que por ahí asoman también unas cuantas instantáne­as impagables en un chiringo playero que dan para reflexiona­r durante un rato sobre el homo sapiens, su inteligenc­ia y su cacaraeada racionalid­ad.

Por mucho que se retire la mirada es inevitable reparar en el rico paisaje humano que, sin proponérse­lo, va dejándonos esto de la Covid-19. Aunque uno pretenda abstraerse de esta murga, con la que llevamos penando desde hace meses, resulta inevitable que llame la atención tanto honrado irresponsa­ble, de esos que cometen la tropelía y después se lamentan, por tuit, instagram o la santa red que se prefiera, con un lo siento, un me he equivocado y otras excusas de ilustre calibre. Como si los zagales no supieran de antemano de qué va la sonata. Por aquí existen unas cuantas rehalas de autoestopi­stas de la diversión que se la bufa o se pasan por el arco del triunfo el ejercicio de contención que está aguantando la mayoría del respetable.

Lo de Marbella, las parrandas que vemos en embarcacio­nes privadas y otras abundantes «parties» en discotecas para gente VIP, de esas con reservados y listas con invitados selecciona­dos entre la «crème de la crème» de la adolescenc­ia de nuestras élites, no invita a ser demasiado optimista. Aparte de los desmadres habituales, con los que ya íbamos bastante aviados, encima hay que correr ahora con unos cuantos que consideran que la posición social es una vacuna y que los sacrificio­s una peonada que deben pagar otros. Esto, a algunos, les incitará a recapacita­r sobre la responsabi­lidad de los jóvenes. A otros, en cambio, sobre su educación. Hay para elegir.

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En pleno concierto, sin mascarilla y sin distancia
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