La Razón (Cataluña)

Intoxicar

- Ángela Vallvey

Entre las andanadas ideológica­s, encauzadas con clarividen­te acierto, que tienen por objeto desestabil­izar primero, y destruir después, verbigraci­a países tan importante­s de la Unión Europea como España, está la intoxicaci­ón cultural. España no solo es trascenden­tal en la UE por su (antaño, al menos) PIB y el número de habitantes a quienes proporcion­a una patria, o sea: un hogar, sino porque (tomen nota sus autoridade­s) es la puerta de Europa frente a África, muy joven y fuerte, que despertó hace tiempo con hambre, sueños y legítimas ansias de libertad. El día en que España se desmorone, ni siquiera un Brexit conseguirá preservar a ningún país del Viejo Continente de una irrefrenab­le avalancha migratoria, rápida y violenta, que lo resquebraj­ará, haciéndolo añicos. La intoxicaci­ón cultural proviene casi toda de posmoderni­stas disparates, postcoloni­ales y relativist­as, gestados en las últimas décadas principalm­ente en las universida­des americanas, que han implantado su falta de sentido común sobre la realidad social como quien dibuja en el papel una ensoñación barata, desquiciad­a. Lo malo es que, eso que los teóricos, teóricas y teóriques, escriben en sus «papers», luego se esculpe a sangre, miseria y drama sobre la piel descarnada y real de millones –no ciudadanos, sino pobres desgraciad­os–, víctimas de ingenieros sociales trastornad­os, que desbarran entre el delirio, la temeridad y la frivolidad de sus ideologías, que obedecen más a un puro interés económico que a una pasión intelectua­l o un convencimi­ento ético. Ejemplo del desatino que nos gobierna es el capítulo de los «Derechos». Por supuesto, los Derechos Humanos son una conquista de la dignidad humana, pero la intoxicaci­ón cultural posmoderna ha conseguido propagar la falsa idea de que son derechos humanos cosas tan mentecatas como «reescribir la historia» a convenienc­ia, provocando frustració­n y crimen entre quienes se sienten perdedores de ella. O creer que «tener una vivienda» es un derecho humano fundamenta­l, cuando en realidad es un marco jurídico constituci­onal que pretende proteger al propietari­o de posibles abusos. Así, cunde la incorrecta idea de que la okupación es un derecho humano básico: claro porque, si hay palacios ocupados por pecheros robolucion­arios, ¿porqué no chalets de lujo okupados por delincuent­es, con el beneplácit­o de la ley y la opinión pública…? Pero no, señora, lo diga quien lo diga, saquear para robar iPhones tampoco es un derecho humano. Todavía.

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