Cuando el frío pudo con los elefantes de Aníbal
El general cartaginés que puso en serios aprietos a Roma aparece asociado, en la memoria colectiva, a los paquidermos de guerra
La forma más común de representar en el arte a Aníbal es a lomos de un elefante. Y, en efecto, las fuentes de la época reflejaron que empleó estos animales en su guerra contra Roma. Los trajo consigo en su célebre marcha a través de los Alpes y los utilizó en batalla. Ahora bien, ¿de qué tipo de elefantes se trataba? ¿Llevaban una torre sobre sus lomos o no? Las fuentes callan al respecto. Hay fundamentalmente dos grandes variantes de elefantes: los africanos y los asiáticos («indios» en las fuentes grecolatinas). Estos últimos eran los empleados por los reinos helenísticos y sabemos que, en este caso, sí llevaban torre. Sin embargo, puesto que Cartago se halla en África, podemos suponer que harían uso de la variante africana, de la que a su vez había dos subvariantes: la de bosque y la de sabana.
Pero hete aquí que nos topamos con una aparente incongruencia: las fuentes antiguas aseguran que los elefantes cartagineses eran de menor tamaño que los asiáticos, lo que parece un sinsentido pues –al menos, en la actualidad– los africanos son claramente los de mayor tamaño. Esta paradoja quizá se resuelva si suponemos que los elefantes asiáticos que llegaron al Mediterráneo –los que vieron los autores griegos y romanos– eran especímenes selectos para la guerra, espléndidamente adiestrados, y en su mayoría machos (por lo general, de mayor tamaño que las hembras). Eran, por así decirlo, la élite de los elefantes asiáticos. Por el contrario, los africanos que conocieron los autores clásicos serían de todo tipo y calidad. De hecho, las mismas fuentes acreditan la presencia de especímenes hembra en el ejército de Aníbal, y que parece que mantenían mejor la calma que sus compañeros masculinos, en el paso del río Ródano fueron ellas las empleadas para insuflar ánimos a los machos de su especie. Es posible, por tanto, que las hembras fueran de menor tamaño, pero más fáciles de manejar, lo que explica su presencia en los ejércitos púnicos y, al mismo tiempo, la extraña afirmación de los autores de la época de que la raza africana era de menor tamaño.
Miedo psicológico
Por otro lado, interesaría saber si estos paquidermos pertenecían a la subespecie de bosque o a la de sabana. Todo apunta a que efectivamente serían de sabana, ya que en iconografía aparecen con los colmillos apuntando hacia arriba, rasgo característico de esta variante. Además, el elefante de sabana tiene su hábitat en el norte de África mientras que el de bosque en el centro del continente, más lejos por tanto de la probable zona de captación de Cartago.
Queda por responder la pregunta de si estos elefantes llevaban, o no, torres encima. Por desgracia, las fuentes no dejan claro este punto. Lo cierto es que en iconografía numismática aparecen siempre sin torre alguna, pero sabemos que por estas mismas fechas un faraón egipcio (Ptolomeo IV) empleó elefantes africanos dotados de torre en combate (batalla de Rafia, año 217 a.C.). El hecho de que las fuentes grecolatinas que narran la Gueyrra Gueyrra Anibálica no hagan mención a torre alguna nos hace suponer que, en efecto, Aníbal prescindió de ellas, pero lo cierto es que no lo podemos afirmar. Interesa subrayar que, a pesar de la estrecha asociación establecida en la cultura popular entre los paquidermos y Aníbal, estos tuvieron poquísima relevancia en la guerra. Fue a orillas del río Trebia, en el norte de Italia, cuando los ejércitos cartaginés y romano se enfrentaron en campo abierto.
En el año 218 a.C. Aníbal partió de la Península Ibérica con la intención de invadir Italia. Encabezaba un heterogéneo ejército en el que figuraban cartagineses, íberos, celtíberos y galos. Además, contaba con un número indeterminado de elefantes de guerra que –a decir de las fuentes– al alcanzar el Ródano eran 37 ejemplares. No sabemos cuántos sobrevivieron al paso de los Alpes, pero su desempeño en la batalla librada a orillas del río Trebia parece sugerir que fueron bastantes, acaso la mayoría. Esta fue la única ocasión en la que brillaron en batalla, y no fue tanto por su eficacia en el combate sino porque aterrorizaron a la caballería del enemigo con su hedor y aspecto exótico. Y, en efecto, todo apunta a que tal fuera la virtud principal del elefante de guerra: servir de arma psicológica, tanto sobre los hombres como sobre los animales del ejército enemigo.
Ahora bien, llegado el invierno, Aníbal se vio obligado a invernar en la llanura padana. Solo pasado el frío pudo reanudar la campaña militar con el paso de los Apeninos y el cruce de la zona pantanosa anegada por el río Arno, zona casi impracticable por la que nadie esperaba que transitara un ejército. Pero he aquí que las fuentes acreditan que durante esta travesía Aníbal disponía ya solo de un elefante, de nombre «Surus»; el resto había perecido durante el duro invierno en Italia.