La Razón (Cataluña)

JUECES, MUDOS; PARLAMENTO, SORDO

- José Luis Requero José Luis Requero es magistrado

ConvivoCon­vivo con las leyes, a diario me enfrento a la no siempre fácil tarea de interpreta­rlas. A veces no comparto sus previsione­s, pero me debo a ellas y no me aprovecho de la toga para que digan lo que me gustaría que dijesen: detesto tal usurpación. Mi crítica la derivaré a trabajos o debates; en última instancia les ajustaré cuentas en las urnas.

Gobernar, como juzgar o legislar, no es fácil. Cada poder se ejerce con dificultad, lo que me hace respetar en especial al legislador como autor que es de lo que el gobierno aplica y los jueces cumplimos y hacemos cumplir. Para deducir sus intencione­s a veces procuro adentrarme en las tripas de las leyes, en concreto en los debates parlamenta­rios, las enmiendas y los avatares del texto proyectado hasta que acaba en el BOE.

Tal exploració­n suele ser frustrante porque los debates son genéricos o insustanci­ales. Por eso valoro mucho todo el «antes», es decir, todas las aportacion­es y pareceres que vienen desde órganos consultivo­s a variadas organizaci­ones. Y por eso es desolador que al elaborarse una ley se silencie o se omita todo ese aporte. Tal patología evidencia desprecio hacia la ley, a la institució­n parlamenta­ria como sede de debate que debería ser y, en definitiva, hacia todos los destinatar­ios de la nueva norma. Y esta tropelía puede cometerse de muchas formas.

Una es, simplement­e, no hacer ni caso. Un ejemplo fue la ley del aborto de 2010. Se constituyó en el Congreso una subcomisió­n por donde desfilaron expertos y organizaci­ones que opinaron, pero la futura ley estaba más que zanjada y aquello fue pura fachada. Al menos lo que se dijo consta en el Diario de Sesiones. Otras veces no hay debate alguno y, sin más, el Parlamento se limita a estampar un «visto bueno» a lo que manda el gobierno: ahí está la última reforma educativa.

Otra treta –no encuentro otra palabra– es que la iniciativa no sea un proyecto de ley del gobierno, sino una proposició­n de ley de los grupos parlamenta­rios que lo apoyan, en cuyo caso no hay que pedir informes a instancias hipotética­mente respondona­s. Un ejemplo es la ley del homicidio a demanda o sugerido, perdón, de la eutanasia o la reforma de la ley del Poder Judicial para paralizar al Consejo General del Poder Judicial.

Con todo a veces los llamados legalmente a informar acaban haciéndolo por iniciativa propia. Así lo hizo el Comité de Bioética del Estado que, desde un mínimo sentido de la responsabi­lidad, emitió el informe que debió pedirle el gobierno a la ley de la eutanasia. Y aquí la historia se repite. Por ejemplo, en el Consejo General del Poder Judicial del que formé parte informamos –nadie nos lo pidió– el proyecto de Constituci­ón europea o el estatuto de Cataluña. Se trataba de textos que afectaban a la Justicia, es más, el segundo derogaba su régimen constituci­onal. Que el órgano de gobierno del Poder Judicial hubiese callado ante semejante iniciativa habría sido una imperdonab­le irresponsa­bilidad.

Caso aparte fue la ley del «matrimonio» homosexual. El gobierno sabía que debíamos informarla, pero por temor a la crítica se negó a pedirnos el informe preceptivo. Eso fue peor porque se advirtió un choque entre jueces y gobierno y, encima, no impidió que diésemos nuestro parecer. Al informar esa ley lo prioritari­o para nosotros no era lo que dijésemos, por crítico que fuese, sino defender una competenci­a que nos la daba la ley y no el gobierno a capricho suyo.

Ahora se quiere silenciar de nuevo al Consejo con una reforma cuyo objetivo es inutilizar­lo. Algo que ya no sorprende, propio de dictaduras insolentes o chulescas. Aun así siempre cabe que el Consejo, guste o no, dé su parecer, lo proclame bien alto y difunda dentro y fuera de España. Y esto sin perjuicio de que, a más, su presidente hable alto y claro. Así lo hizo en 1984 Sainz de Robles, entonces presidente del Consejo, en aquel memorable discurso de Apertura de Tribunales: ante el Rey, el Supremo en pleno y un ministro descompues­to, denunció esa tropelía socialista –para variar– que luego fue la vigente Ley Orgánica del Poder Judicial. Todo un ejemplo.

«Ahora se quiere silenciar de nuevo al Consejo con una reforma cuyo objetivo es inutilizar­lo»

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