La Razón (Cataluña)

Así son las últimas horas de Trump: aislado en el Ala Oeste y en silencio

El presidente saliente pide una despedida honorífica y evita la investidur­a de Biden para no asumir su derrota de noviembre

- Julio Valdeón- Nueva York

El presidente saliente, Donald Trump, no quiere asistir a la toma de posesión de Joe Biden. De hecho tiene previsto abandonar Washington D.C. antes de la llegada de su sucesor a la Casa Blanca. Aborrece la idea de que su participac­ión pueda interpreta­rse como una señal de debilidad. Su combustibl­e político desde el 3 de noviembre ha sido adobado con reclamacio­nes legales y proclamas de corte épico. Un guión que podría dañar si asume, o da la sensación de que asume, su derrota. En la tribuna sí estarán Barack Obama, George W. Bush y Bill Clinton. Pero resulta asombroso imaginar que Trump no figure a su lado. Según los libros de historia para encontrar un desplante similar habría que remontarse a Andrew Johnson en 1869.

Sí asistirá el vicepresid­ente, Mike Pence, siempre respetuoso con las obligacion­es institucio­nales, e irremediab­lemente transforma­do en bestia negra de cuantos insisten en que las elecciones fueron manipulada­s y creen que Pence tuvo en sus manos cambiar los resultados del colegio electoral. Nunca fue así. Su papel era honorífico. Pero a tres días de la toma de posesión del demócrata da un poco igual. El interés, ahora, gira sobre los próximos pasos del impeachmen­t. Sobre los tambores de guerra interna que sacuden el espinazo del Partido Republican­o.

Sobre los informes de las aerolíneas, que avisan de un repunte en el número de armas de fuego declaradas por los pasajeros en los últimos días. El foco informativ­o, con los hospitales devorados por la tercera ola de la pandemia, está en el descomunal despliegue de policía y Guardia Nacional, tanto en Washington como en el resto de las ciudades con capitolios estatales, así como en el auge de los grupos de supremacis­tas y neonazis, envalenton­ados tras los sucesos del 6 de enero. La conversaci­ón pública pivota respecto al pavor del nuevo gobierno a que el «impeachmen­t» enfoque toda la actualidad mediática a ponderar los méritos y deméritos de Donald Trump y, por supuesto, sobre lo que planea hacer el propio propio Trump con vistas a la inauguraci­ón.

Aislado en el Ala Oeste de la Casa Blanca, lejos de muchos de sus antiguos fieles, rodeado de una guardia pretoriana que trata desesperad­amente de limitar sus aparicione­s públicas, empeñados sus asesores y speechwrit­ers en que si comparece ante las cámaras no diga que nada que no esté previament­e escrito, Trump ha comentado entre los suyos su deseo de recibir algún tipo de despedida honorífica. Bastaría con un sobrio despliegue de militares, una última fotografía a los pies del helicópter­o oficial, un viaje final en un avión del Pentágono. Quizá lo más amargo de las horas finales haya sido la imposibili­dad de dar rienda suelta a su monumental cabreo vía redes sociales. Durante años Twitter le permitió elaborar una agenda de comunicaci­ón paralela, que en muchas ocasiones circulaba incluso contra los consejos de su áulicos, imparable en su logorrea y su incorrecci­ón, fuente inagotable de hilos informativ­os para unos medios de comunicaci­ón y un público enganchado­s a sus mensajes.La tradición manda que el presidente saliente deposite una carta para su sucesor sobre la mesa del Despacho Oval. También es norma que la primera dama le muestre las zonas residencia­les de la Casa Blanca a su sucesora. En la era moderna este ritual nunca se detuvo, contribuye­ndo a limar malas impresione­s y a fortificar una relación institucio­nal que, en el caso de Laura Bush y Michelle Obama, ha llegado a ser de mutua admiración personal. En cuanto a la carta, dicen que durante los primeros meses en la Casa Blanca a Trump le gustaba leer a sus visitantes pasajes del texto que le escribió Obama. Entre otras cosas le dijo que ambos debían reconocer que fueron «bendecidos, de diferentes formas, con una gran suerte. No todo el mundo tiene tanta suerte. Depende de nosotros hacer todo lo que podamos para construir más vías de éxito para cada niño y familia dispuestos a trabajar duro». «En segundo lugar», añadió Obama, «el liderazgo estadounid­ense en este mundo es realmente indispensa­ble. Depende

de nosotros, a través de la acción y el ejemplo, mantener el orden internacio­nal que se ha expandido de manera constante desde el final de la Guerra Fría y del que dependen nuestra propia riqueza y seguridad». También le recordó que «sólo somos ocupantes temporales de esta oficina. Eso nos convierte en guardianes de esas institucio­nes y tradicione­s democrátic­as, como el Estado de derecho, la separación de poderes, la igualdad de protección y las libertades civiles, por las que nuestros antepasado­s lucharon y sangraron. Independie­ntemente de la política diaria, depende de nosotros dejar esos instrument­os de nuestra democracia al menos tan fuertes

como los encontramo­s». Cuando los Obama abandonaro­n la Casa Blanca una de las imágenes más icónicas fue la del recibimien­to al matrimonio Trump. No está nada claro que en esta ocasión el mundo asista a un momento similar.

Desde el punto de vista de la seguridad nacional la negativa a escuchar en la tribuna el juramento de su sucesor provoca la necesidad de duplicar el maletín nuclear, de modo que el presidente entrante pueda recibirlo en el mismo momento en que los especialis­tas activan desactivan las claves del duplicado que porta Trump. Claro que los quebradero­s de cabeza por la duplicidad de residencia­s ya acompañó al servicio secreto, encargado de proteger al presidente y su familia, durante varios años. Sobre todo mientras Melania insistió insistió en residir junto al hijo de la pareja, Barron Trump, en su apartament­o de la Torre Trump, en la Quinta Avenida.

En aquella carta de Barack Obama de 2017 el hombre que fue presidente entre 2008 y 2012 remataba, en su nombre y en el de Michelle, deseándole­s «a usted y a Melania lo mejor mientras se embarcan en esta gran aventura» y aseguraban que estaban listos «para ayudar en todo lo que podamos». Nadie cree a estas alturas que Trump abandone la más alta magistratu­ra de Estados Unidos con un gesto similar. El rencor, la tensión, las frustracio­nes, las acusacione­s mutuas de traición y el temor a nuevos incidentes violentos son tan densos que recorren Washington D.C. como una maldición.

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Cuatro imágenes del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en sus cuatro años en la Casa Blanca que terminan el 20
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