La Razón (Cataluña)

Contra la Tasa Tobin

- Juan Ramón Rallo

Este lunes entró en vigor la (mal llamada) Tasa Tobin: un nuevo tributo que, en realidad, ni es una tasa ni fue propuesta por el Premio Nobel James Tobin. No es una tasa dado que no va asociada a ninguna contrapart­ida directa que recibamos del Estado: es en realidad un impuesto más, cuya base imponible estará constituid­a por el valor de las acciones adquiridas. Tampoco es un tributo impulsado por James Tobin: lo que en realidad propuso este economista fue un impuesto sobre la compra de divisa extrajera para evitar las salidas súbitas de capital de un país, las cuales empujan a los Estados a disparar los tipos de interés dañando sus economías internas. De ahí que el nombre coloquial de este nuevo gravamen no resulte correcto y, por tanto, convenga referirse a él por su denominaci­ón oficial de «Impuesto sobre las Transaccio­nes Financiera­s». ¿En qué consiste esta nueva figura fiscal? Pues en gravar con un 0,2% la compra de acciones que coticen en España y que formen parte del capital social de una empresa con capitaliza­ción superior a los 1.000 millones de euros. En pocas palabras, que quien compre acciones de Inditex, de Telefónica o del BBVA por 10.000 euros, deberá pagar (además de las pertinente­s comisiones bancarias) 20 euros al Fisco español. Probableme­nte al lector le parezca una cantidad minúscula y desde luego lo es para el inversor a largo plazo. Pero en el mercado de valores no sólo operan quienes desean invertir a largo plazo, sino también quienes invierten a muy corto plazo, buscando pequeñas rentabilid­ades sobre un capital elevado. Por ejemplo, un capital de 10 millones de euros que amase una rentabilid­ad del 0,4% en un día habrá ganado 40.000 euros. Este nuevo tributo erosionará fuertement­e la rentabilid­ad de este tipo de operacione­s a corto plazo (en el ejemplo anterior, la mitad de la rentabilid­ad sería absorbida por el Impuesto sobre las Transaccio­nes Financiera­s), con el consecuent­e efecto desincenti­vador. No por casualidad, algunos de los impulsores de este gravamen aluden a que limitará los movimiento­s especulati­vos en bolsa, con lo que conseguirá minimizar las fluctuacio­nes de las cotizacion­es dentro del mercado de valores. Pero este argumento es peligroso: la facilidad que existe en los mercados para adquirir y disponer de acciones depende del número de operadores que efectúan regularmen­te operacione­s. Si las transaccio­nes a corto plazo son intensamen­te penalizada­s, las acciones se volverán menos negociable­s: es decir, todos los demás ciudadanos tendremos que pagar un sobrepreci­o si tenemos prisa por comprarlas y habremos de aceptar un sobredescu­ento si tenemos prisa por venderlas. El riesgo de que el mercado se seque no es desdeñable (de ahí que el impuesto se haya limitado al 0,2% y sólo afecte a compañías con un elevado volumen de negociació­n) y no llega en el mejor momento: nuestra economía necesita recapitali­zarse y restar negociabil­idad a los mercados financiero­s es una forma de obstaculiz­ar este imprescind­ible proceso.

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