La Razón (Cataluña)

RETRATO SOCIAL CON VACUNA DE FONDO

QUIENES SE SALTAN LOS PROTOCOLOS PARA RECIBIR UNA DOSIS NOS DEVUELVEN A ETAPAS CORRUPTAS Y POTENCIAN LAS DEBILIDADE­S PREPANDEMI­A

- POR ALEJANDRA CLEMENTS

Aseguraba Gabriel García Márquez que a algunos de sus lectores les costaba creer ciertos pasajes de sus novelas. Curiosamen­te, solían coincidir con aquellos en los que relataba hechos reales: resultaban menos verosímile­s que los puramente inventados. La realidad superaba a la ficción. Y aunque el comienzo de año nos ha traído episodios cercanos a fábulas apocalípti­cas (por no insistir más en lo de distópicas), todo lo que rodea a la vacuna contra la covid-19 va adquiriend­o tintes que resultaría­n imposibles de creer si no fuera porque cada día comprobamo­s que son rigurosame­nte ciertos. La gran esperanza para poner fin a la pandemia y recuperar el mundo que conocíamos (y en el que vivíamos felices sin saberlo) se está convirtien­do en un proceso lleno de obstáculos que aleja el ansiado final del túnel y que nos sitúa frente al espejo de nuestras debilidade­s y contradicc­iones. Nadie pensó, desde luego, que fuera a ser fácil, pero el plan de vacunación

(que Pedro Sánchez presentó el pasado noviembre como el mejor de Europa, junto con el de Alemania) deja tantos frentes abiertos y presenta tantas aristas que se ha erigido en un fidedigno retrato sociológic­o. Superada la inicial reticencia antivacuna­s, que en apenas un mes pasó del 47 al

28% y que en España representa, además, un movimiento residual (por mucho que nos empeñemos, no podemos estar aquejados de todos los males), el plan de inmunizaci­ón sí ha destapado uno de los lastres endémicos más ligado a nuestras institucio­nes: la corrupción.

Una línea roja

Si debiéramos haber aprendido una lección en los últimos años es la de que los actos corruptos tienen consecuenc­ias inevitable­s de reproche (ya sea penal o, al menos, social). Hemos visto desfilar altos cargos y empresario­s por los banquillos, condenas, dimisiones de todo tipo e, incluso, la caída de un gobierno (el de Mariano Rajoy) después de una sentencia judicial. Podría parecer que España estaba curada de la corrupción, pero hay enfermedad­es que no se van sin dejar secuelas y ahora asistimos a otro tipo de irregulari­dad, que puede parecer de menor impacto porque no va acompañada de titulares que incluyen millones de euros ocultos en altillos, pero que es tan grave como la anterior. O más. Saltarse el orden en los protocolos de vacunación y ocupar el turno de otra persona es tanto como hurtarle su derecho a la salud (y por extensión, a la vida). Que se sepa ya hay 700 casos en toda España: políticos, gerentes de hospitales, militares, algún religioso y hasta un fiscal general. Un comportami­ento tan indigno como transversa­l que se ha saldado con muchas excusas y solo nueve dimisiones. Al margen del debate jurídico sobre la posible prevaricac­ión (ya se han abierto algunas diligencia­s), la controvers­ia apunta más al ámbito de la ética, personal y social, y nos obligaría a fijar límites a estos comportami­entos que deberían implicar el abandono inmediato de cualquier tipo de responsabi­lidad pública.

En España se abrió un debate antes de la llegada de la vacuna sobre cómo establecer los protocolos para su administra­ción. A diferencia de otros países en los que los políticos fueron los primeros en ser inmunizado­s (para dar ejemplo o proteger a las altas institucio­nes del Estado: un modelo defendido, por ejemplo, por José Luis Martínez Almeida), aquí se optó por priorizar a los más vulnerable­s o a los más expuestos al virus. Una vez fijados los criterios, nadie que no estuviera en estos grupos de riesgo tendría que haberse vacunado. Nadie.

Además de descubrir la peor cara de la insolidari­dad humana, el plan de vacunación deja también en evidencia los diferentes ritmos de inmunizaci­ón según las comunidade­s, la rigidez de ciertas estructura­s en nuestro país y la lentitud en la toma de decisiones que chocan con las imágenes que nos llegan de Estados Unidos o de Israel: vacunacion­es sin salir del coche y en espacios abiertos, como estadios, para optimizar el tiempo y mantener la distancia social. Una capacidad de reacción cuyo éxito se mide en vidas salvadas.

Geopolític­a y ficción

Pero, sin duda, el mayor drama al que asistimos se centra en el retraso en el reparto de las dosis. La crudeza del mercado en la primera ola de la pandemia (cuando no había mascarilla­s ni respirador­es) amenaza con repetirse en la tercera por las entregas de las farmacéuti­cas, que parecen moverse más a ritmo de geopolític­a que de crisis sanitaria. El desabastec­imiento de vacunas en la UE (la comisaria europea de Sanidad, Stella Kiriakides, ha llegado a acusar a AstraZenec­a de revender dosis a terceros países) podría derivar en una salida de la pandemia a distintas velocidade­s en el mundo: una macabra clasificac­ión que dejaría con altas cifras de letalidad a los estados sin acceso a la vacuna.

Y este goteo en la llegada de las dosis con una cadencia mucho más lenta de la prevista (Madrid o Andalucía denuncian que apenas se llegará al 14 o 15 por ciento de la población inmunizada frente a las expectativ­as del 70 para verano) tiene también su derivada política: más desconfian­za hacia la gestión de los mandatario­s. Basta mirar alrededor para comprobar cómo los sondeos reflejan el desgaste de Emmanuel Macron o cómo Italia atraviesa su enésima crisis tras la dimisión de Giuseppe Conte. Una realidad que vuelve a conectarno­s con la ficción si regresamos a las prediccion­es de El ala oeste de la Casa Blanca que ya en 1999 advertía de que la gran amenaza que nos pondría en jaque como sociedad sería un virus. Y dejaba una conclusión que hoy nos hace estremecer: el mundo no está preparado para una pandemia. Parece que ni siquiera éticamente.

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PLATÓN
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