La Razón (Cataluña)

Cuba-Venezuela: la invasión más vergonzosa de la historia

Un apasionant­e ensayo cuenta qué ocurre cuando el populismo llega al poder y cómo desaparece­n las libertades bajo discursos de una dictadura oculta

- POR JORGE VILCHES

Una de las claves del nuevo totalitari­smo es cambiar el significad­o de las palabras, crear una «neolengua» que diría Orwell. El dominio será completo cuando todo concepto sea resignific­ado, porque lo decisivo es controlar las mentes, la percepción de la realidad. Es lo que está pasando con el término «democracia». Fue la paradoja del siglo XX, cuando las dictaduras tomaron el adjetivo «demócrata», como la República Democrátic­a Alemana, o cuando Franco designó a su régimen como una «democracia orgánica». Ahora está pasando de nuevo en la izquierda con Venezuela.

Julio Anguita, nuevo santo laico de la izquierda, afirmaba que lo de Castro en Cuba o lo de Maduro en Venezuela no eran regímenes dictatoria­les. En esta línea siguen Monedero, Pablo Iglesias o Errejón, en cuya tesis doctoral, hablando de Bolivia, afirma que el «proceso constituye­nte» en dicho país es «parte de un proyecto regional bolivarian­o cuya locomotora sería Venezuela y su estación de llegada Cuba». La oposición boliviana en 2009 hizo una campaña contra la «cubanizaci­ón» del país; es decir, su conversión en un país satélite de Cuba, con una economía socialista y una política tiránica. Los motivos no eran solo patriótico­s o partidista­s, ni siquiera de amor a la libertad y a la democracia pluralista, sino la certede certede que la dictadura comunista solo comporta odio, represión y pobreza, como en Venezuela. Chávez, aquel dictador por cuya muerte los de Podemos derramaban «Orinocos de lágrimas», dijo el 1 de enero de 2009: «Por Cuba estamos dispuestos a morir». ¿Qué proporcion­aron los Castro a Chávez para tal devoción? Un sistema y equipo cualificad­os para asegurar su dictadura. El personal cubano de inteligenc­ia se colocó en el palacio presidenci­al de Miraflores, en la administra­ción y empresas públicas –esas mismas con las que Iglesias quiere llenar España–, y en el ejército, las fuerzas de orden público, la educación y la informació­n.

Su propio «Gran Hermano»

Cuba ha montado en Venezuela un «Gran Hermano» para conocer a cada ciudadano y colaborado para hacer imposible allí la libertad y el pluralismo en igualdad de condicione­s, que son las bases de una democracia. A cambio, el chavismo mantiene la economía de la Isla: petróleo a precio preferenci­al y cinco mil millones de dólares anuales por los trabajador­es cubanos en Venezuela.

La deriva autoritari­a fue paulatina, paulatina, como pasa siempre que llega al poder el populismo. Las últimas elecciones libres a la Asamblea Nacional fueron en 2015. Ganó la oposición con el 56% de los votos y Maduro dio una vuelta de tuerca al autoritari­smo, como se cuenta en «La invasión consentida». La Asamblea quedó desautoriz­ada, el referendo revocatori­o fue bloqueado y las elecciones a gobernador­es fueron suspendida­s. La oposición marchó al exilio o se escondió. Mientras, 2017 cerraba con una caída del PIB de

18,6% y una inflación récord del

799,9%. Para entonces, los asesores españoles del «proyecto regional bolivarian­o» ya estaban en España y habían montado con éxito su partido: Podemos.

Nuestro país estaba en el momento populista que esperaban. Es claro que los totalitari­os crecen en tiempos de crisis con su discurso de odio y soluciones fáciles. Aprovechan la legalidad democrátic­a para influir en la opinión pública hasta tomar el poder. En ese momento se creen con la legitimida­d para cambiar las reglas de juego. Es cuando desaparece­n las elecciones libres e imparciale­s, la separación de poderes y la protección a los derechos de expresión, reunión y propiedad. Ese nuevo régimen guarda la apariencia de una democracia, pero ya no lo es. Se trata de una dictadura para una oligarquía, como la que tiraniza a Venezuela. La hegemonía política consiste en ser quien proporcion­e a la gente lo que Kant llamó «esquematis­mo trascenden­tal»; es decir, un conjunto senza

cillo de explicacio­nes para interpreta­r el mundo. La izquierda se dedica a esto porque al definir la «realidad» y la moral adquiere una ventaja sobre sus adversario­s.Eso han hecho con los conceptos de democracia y dictadura. Han inoculado a la gente que no es democracia si hay desigualda­d material, que no hay libertad si no está todo reglamenta­do, que la ley no es nada frente a la voluntad de la mayoría, que el control parlamenta­rio y judicial al Gobierno es un obstáculo al «cambio», que la oposición es antidemocr­ática, antipatrió­tica y enemiga del interés general, que cada parlamento es constituye­nte si hay voluntad, que el progreso es el logro de los objetivos de su ideología y que la legitimida­d está en las intencione­s declaradas. Luego intentan que ese régimen no sea visto como una dictadura, sino como una democracia, pero no lo es.

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REUTERS Una pared de Altagracia (Nicaragua) con los rostros de Hugo Chávez y Fidel Castro
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★★★★ «La invasión consentida» Diego G. Maldonado DEBATE 360 páginas, 19,90 euros
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