Y, tras el entierro del padre, el doloroso alud de los recuerdos
Jesús Carrasco radiografía en su nuevo libro los sentimientos que invaden a los que regresan a casa con el universo rural como telón de fondo
«Intemperie» (2013), la primera novela de un entonces desconocido escritor, Jesús Carrasco, impresionaba por la calidad de su clásica prosa, la conmovedora revisión de la temática rural, sus bien construidos personajes y el protagonismo de una inclemente naturaleza. En esta misma línea, «La tierra que pisamos» (2016) reafirmó la valía de este autor incatalogable, aunque con una clara influencia de Miguel Delibes por las incidencias éticas de desolados paisajes y de Raymond Carver, a quien debe un contundente laconismo expresivo.
Fiel a los supuestos de un consolidado estilo propio, publica ahora «Llévame a casa», una historia de reencuentros con el pasado, catárticos balances vitales y sobrevenidas responsabilidades familiares. Juan Álvarez regresa a España procedente de Edimburgo, donde se ha establecido hace unos pocos años, para asistir al entierro de su padre. Esta visita, que cree breve y puntual, se prolongará ante la imprevista necesidad de tener que cuidar de su madre viuda, aquejada ahora de alzhéimer, recuperando así a pesar suyo un tortuoso pasado que creía olvidado.
Volverá el recuerdo de la oposición paterna a su marcha del pueblo, oscuros rencores vecinales y la cotidiana vida de la forzada emigración a la gran ciudad. Isabel, la hermana del protagonista, a pesar de tener también una sólida posición profesional, canalizará la necesaria solidaridad que impone el momento, haciéndole comprender que ha entrado en esa adulta madurez en la que los hijos deben cuidar de los padres.
Llegar tarde
Juan irá concienciándose así de un relevo generacional en el que cabe saldar cuentas con el pasado. De fondo, la especulación constructora de los últimos años y las quiebras empresariales de la crisis económica; todo un retrato social vinculado a opciones personales de difícil consideración. Destacan aquí las conseguidas atmósferas, de un particular lirismo lirismo y no menor fuerza descriptiva: «La tarde amarillea el cielo. Los campos que rodean el pueblo están todavía por cosechar. Las espigas aguantan erguidas a la espera de la llegada de las máquinas. No hay brisa que las meza»; así como diálogos de dramática intensidad recriminatoria, como cuando le espeta Isabel a su hermano: «... En ese año y medio solo estuviste aquí esa vez. Llegaste tarde al diagnóstico de papá, te fuiste pitando y no has vuelto hasta hoy». Reproches y secretos que vuelven al presente en esta absorbente novela.
Lo mejor
La acertada sensibilidad con que se aborda la conflictividad de unos delicados asuntos familiares
Lo peor
En tan atractiva novela, hubiera sido deseable quizá profundizar en alguna subtrama argumental