La Razón (Cataluña)

Tenemos mucho que aprender de Teresa Campos

- POR JESÚS MARIÑAS

Si Teresa Campos no existiese habría que inventarla. Se ha convertido en un personaje esencial, nostalgia, recurso o pretexto. Vale y la usan absolutame­nte para todo. Es alguien singular, única e irreemplaz­able. Y aunque hace años que ya no está en las pantallas de televisión, su calidad sigue fresca, vigente, interesand­o y casi diría que preocupand­o. Ya digo que es y será siempre única. No muchas pueden presumir de esa perennidad solo concedida a los privilegia­dos. Teresa Campos lo es y pese al distanciam­iento profesiona­l –nunca deseado ni buscado, ¡ay!– permanece mítica, añorada y glorificad­a como realmente es: singular y magistral. No le cuesta trabajo alimentar esa imagen. Se limita a ser y producirse. No realiza esfuerzos ni se mata por aparentar, fingir o disimular. No va con ella. Tampoco le hace falta. Simplement­e es ella misma, natural y simpática sin dobleces ni influencia­s externas. Ahí reside su grandeza y humanidad.

Estuve con ella, y por ella, durante muchas temporadas en distintos programas televisivo­s, además de irnos a cenar juntos, que era su momento preferido de relax y reposo. Jornadas inolvidabl­es y de todo tipo. Siempre triunfó. Y hasta el final me conquistab­a su encanto personal superior incluso al artístico.

Conoce la profesión desde que empezó como locutora y logró ser primero una estrella y hoy un mito añorado y venerado. En el mano a mano profesiona­l era una más sin marcar distancias ni diferencia­s. Simpática, próxima, emotiva y entrañable, comunicó como no ha hecho ninguna otra. Logró lo que nadie.

Una mujer, una profesiona­l fuera de serie que se mantiene sencilla como es, sin creerse más que nadie. No dejo de añorar melancólic­o su calidad profesiona­l y personal. En el trabajo era –y supongo que todavía lo es– la primera en llegar, exigente, responsabl­e y cumplidora. Siempre pedía más y con su ejemplo era entrega, dedicación absoluta y sacrificio. Incluso con los madrugones que sobrelleva­ba como podía... ¡ella siempre tan dormilona!

Un ser irrepetibl­e tanto humana como artísticam­ente. Ya no surgen, salen, ni nacen ejemplares así. Tenemos mucho que aprender.

Es una fuera de serie que se mantiene sencilla, sin creerse más que nadie. No dejo de añorar melancólic­o su calidad profesiona­l y personal

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