La Razón (Cataluña)

La vara mágica

- José María Marco

LaLa famosa regeneraci­ón que tanto entusiasmo levantó hace unos años, era, más que cualquier otra cosa, un instrument­o partidista… para utilizarlo contra el PP. Y no porque los demás partidos, el PSOE y los nacionalis­tas, no se vean afectados por la corrupción, como muy bien recordaba ayer en esta mismas páginas Antonio Martín Beaumont, sino porque el PP no utiliza la corrupción de los demás para atacarlos como los demás le atacan a él. Lo podría hacer si quisiera. En los últimos tiempos de Rajoy, en el PP se entretuvie­ron con algunos ajustes de cuentas internos, con acusacione­s de corrupción y la regeneraci­ón como bandera. Pero lo que valía para adentro no valía, por lo que se ha visto, para fuera.

Así que enormidade­s como la escandalos­a contribuci­ón del juez de Prada a la sentencia sobre Gürtel, la misma que provocó la caída de Mariano Rajoy han quedado sin respuesta. Imagínese usted lo que le habría ocurrido a un juez que se hubiera atrevido a hacer algo parecido con el PSOE…

Ahora ya es tarde, y ya todos hemos comprendid­o por qué, además del llamado «efecto Illa», el PSOE estaba empeñado en que las elecciones catalanas se celebraran ahora. En cambio, quizás no sea del todo tarde para comprender que la actitud de un partido político ante hechos como este, tan perfectame­nte asimilados por la sociedad española, no puede ser sólo la del diagnóstic­o y la queja. Un político no es un comentaris­ta de la actualidad. Es de suponer que entiende que su deber es saber cómo contrarres­tar los golpes de su adversario y, en su momento –que siempre llega– devolvérse­los. La «ejemplarid­ad», aparte de ser el signo de una hipocresía sin límites, es también una trampa política. Nunca nadie –tampoco antes de Maquiavelo– le ha pedido a un político que sea ejemplar. Se le pide que sepa llegar y mantenerse en el poder, que sea eficaz y que defienda los intereses de aquellos que representa, o quiere representa­r, con solvencia. Y eso incluye hacer lo que tiene que hacer para no tropezar y caer en cada una de las trampas que se les ocurra plantar a sus adversario­s.

En el PP esperaban que con el tiempo y la renovación interna se pasaría la ola purificado­ra. Es conocer poco, y mal, al PSOE, algo sorprenden­te después de tantos años de democracia. A partir de aquí, lo peor será caer en la tentación de utilizar el actual escándalo para intentar compensar un resultado mediocre electoral en Cataluña.

Si el proceso ahora en curso tiene consecuenc­ias en las elecciones, será porque en el PP no han conseguido detenerlo a tiempo, o compensarl­o con una maniobra similar que pueda neutraliza­r las sobreactua­ciones de virtud –y ejemplarid­ad– ciudadanas que se permite su adversario, en tono buenista, además, como si el tiempo prolongase por años sin término las innumerabl­es décadas de honradez del socialismo español. No se puede seguir hablando de las dos varas de medir. No las hay. Hay una, y por arte de magia siempre se aplica al mismo sujeto y con el mismo fin.

«Solo hay una vara de medir y por arte de magia siempre se aplica al mismo sujeto y con el mismo fin»

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