SÍ, FUE UN 8-M, PERO LO PASARON BOMBA
Ysi,Ysi, encima, entiendes de fútbol americano fue el no va más. Allí estaban el viejo Tom Brady, –para los neófitos, el marido de la supermodelo Gisele Bündchen– y su antigua banda, los Gronkowski, Brown y Fournette, llevando a un equipo de segunda, el Tampa Bay Buccaneers, a lo más alto y frente, nada menos, que a los chicos de oro del Kansas City Chiefs. A partir del momento momento en que sonó el pitido final de una Super Bowl que quedará para la historia, Tampa, por supuesto, pero toda Florida, se echó a la calle para celebrar un triunfo que parecía imposible. En los alrededores del estadio Raymond James, que había limitado su aforo a 25.000 asistentes –entre ellos, 7.000 trabajadores sanitarios– los aficionados desbordaron todas las medidas de prevención contra la pandemia. Calles y bares abarrotados, donde pocos llevaban mascarilla y guardaban las distancias de seguridad. Explosión inevitable de júbilo, que hizo lamentarse a la alcaldesa de Tampa, Jane Castor, del esfuerzo perdido tras tantos meses de lucha contra la infección. Había repartido 200.000 mascarillas, que casi nadie se puso. El estado de Florida ha sufrido casi dos millones de contagios por la covid, con 28.000 muertos. Y el condado de Hillsborough es uno de los más afectados con más de 100.000 casos, y subiendo. Era sabido que la región sufría en vísperas de la Super Bowl los mismos índices de infección y de mortalidad que en abril del año pasado. Pero las autoridades decidieron celebrar el acontecimiento, amparados en el «mantra» de una medidas extraordinarias, que pocos respetaron. Aunque, eso sí, se lo pasaron bomba.