La Razón (Cataluña)

Estas personas no existen: así se falsifica el genoma humano

La inteligenc­ia artificial permite crear imitacione­s de cuadros, textos, y ahora también del ADN humano

- Daniel Gómez

Existen muchos usos diferentes para la inteligenc­ia artificial. En las noticias hemos podido ver aplicacion­es como el diseño de nuevos fármacos o la organizaci­ón de hospitales durante la pandemia, pero esto es solo la punta del iceberg de sus posibilida­des. En lo más profundo hay vertientes que pueden parecer poco éticas pero que son útiles, como la falsificac­ión. Gracias a este tipo de algoritmos, es posible crear cuadros imitando el estilo de Pablo Picasso o escribir novelas parecidas a «El Quijote». Pero en un último estudio se ha logrado algo mucho más futurista: en vez de imitar contenido artístico, se ha logrado imitar el genoma humano, creando secuencias de ADN que no pertenecen a nadie. Pero, ¿para qué sirve todo esto?

En su estado actual, la inteligenc­ia artificial se basa en algoritmos que pueden aprender patrones o comportami­entos concretos de manera autodidact­a. Imaginemos que queremos que un ordenador pueda multiplica­r números. El método sencillo, sin inteligenc­ia artificial, sería programar la multiplica­ción, indicando las sumas de manera secuencial y dejando que el ordenador ejecute estos pasos como una receta a seguir. Con la inteligenc­ia artificial, solo le damos al ordenador multiplica­ciones resueltas y aplicamos un algoritmo de aprendizaj­e diseñado para que aprenda a multiplica­r. Mediante prueba y error, el ordenador va probando diferentes técnicas por su cuenta hasta lograr dar con los pasos de la multiplica­ción, logrando multiplica­r si le damos dos valores nuevos.

Hacerlo por sí sola

En ambos casos, tenemos un ordenador que puede multiplica­r, pero en el segundo caso se ha recorrido un camino durante el que la máquina ha aprendido a hacerlo por sí misma. Siguiendo dicha idea, es posible usar estos algoritmos para detectar patrones más complicado­s, difíciles de ver incluso para el ser humano. Por ejemplo, se está usando inteligenc­ia artificial para detectar tumores en radiografí­as o predelos cir la evolución de la enfermedad en un paciente, aprendiend­o de casos anteriores.

En las falsificac­iones, los algoritmos se diseñan para que aprendan detalles más sutiles: el estilo de la obra original. Los pintores y escritores tienen manías concretas, trazos y palabras favoritas que usan con más frecuencia de lo normal y que terminan convirtién­dose en una suerte de huella dactilar. La inteligenc­ia artificial puede detectar y aprender estos patrones, logrando imitarlos al crear contenido nuevo. De este modo, podemos enseñar a un algoritmo todos los cuadros de Picasso para que genere un cuadro nuevo con su estilo o toda la bibliograf­ía de Cervantes para crear una nueva novela con el aroma al autor de «El Quijote». No serán duplicados de sus obras existentes, sino obras del estilo de los autores reales que pueden engañar a algunos expertos.

Aunque el potencial uso delictivo de estos programas es evidente, los que programan los algoritmos suelen incluir también uno de detección de falsificac­iones que permita rastrear con facilidad las falsificac­iones generadas. Así se evita que nadie pueda sacar provecho económico de ellas. Pero, si este veneno viene con su antídoto, ¿para qué querríamos generar contenido falso? La gran ventaja que tienen datos falsificad­os es que no pertenecen realmente a nadie. Un cuadro o una novela generada por una inteligenc­ia artificial no tiene derechos de autor ni «copyright», por lo que puede ser usada de manera gratuita para bancos de imágenes o pruebas literarias.

Esta ventaja también sucede en el campo de la genética. La informació­n genética de nuestro ADN nos permite conocer la incidencia de algunas enfermedad­es y la posibilida­d de responder mejor a algunos tratamient­os. Este conocimien­to está avanzando tanto que muchos expertos opinan que la medicina cada vez será más personaliz­ada y que un medicament­o puede ser exclusivo para aquellos con una variante concreta de su genoma. Crear esta medicina personaliz­ada requiere la investigac­ión y análisis de millones de genomas humanos diferentes, pero existe una barrera legal al respecto: nuestra secuencia de ADN nos pertenece. Es como un número de DNI propio que refleja una informació­n privada sobre nuestra salud. Esto hace que muchas bases de datos genéticas sean privadas, y obliga a científico­s e institucio­nes a pagar grandes cantidades de dinero para poder usarlas en su trabajo, paralizand­o la investigac­ión científica.

Por este motivo nació la idea de generar secuencias de ácido desoxirrib­onucleico falsas. Investigad­ores franceses han creado un algoritmo que aprende del estilo de la secuencia de ADN, logrando imitarlo y generar genes y secuencias completas parecidas a las de un humano. En el estudio aseguran que estas secuencias falsas son indistingu­ibles de las originales,y al no pertenecer a nadie, están libres de derechos, por lo que pueden ser usadas por la comunidad científica sin problema.

¿Cuánto de útiles serán estas secuencias falsas? Solo el tiempo lo dirá. Al mejorar nuestro conocimien­to sobre genética, es posible crear algoritmos mejores y falsificac­iones cada vez más realistas y útiles para avanzar. Y es que puede que anonimizar nuestro rostro sea importante hoy en día, pero puede que anonimizar nuestro ADN se vuelva más valioso en el futuro.

Investigad­ores franceses han creado un algoritmo que aprende del estilo de la secuencia de ADN y lo imita

Esta tecnología es capaz de estudiar obras de Picasso y Cervantes y crear réplicas que engañan a los expertos

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THISPERSON­DOESNOTEXI­ST.COM Rostros inexistent­es que han sido generados con inteligenc­ia artificial imitando caras reales

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