La Razón (Cataluña)

En alegre compañía

- LA OPINIÓN

Según un estudio europeo de reciente publicació­n, llevado a cabo en la Universida­d de Kiel, el nivel de felicidad de una persona está directamen­te relacionad­o con la diversidad y cantidad de aves que observa. Dicho de otra manera, observar y oír cantar a los pájaros aumenta la satisfacci­ón vital y contribuye por consiguien­te al bienestar.

A parecidas conclusion­es habían llegado ya desde antiguo los poetas, aunque no acertaran luego a aplicarlas a su propia vida, por lo común tan pesarosa siempre, ni fuera su intención proponerla­s como receta para la de los demás. «Los pájaros son por naturaleza las criaturas más alegres del mundo», afirma Leopardi al comienzo de su «Elogio de los pájaros», escrito en alabanza de los que él llama cantores de la tierra, pues se pasan la vida aplaudiend­o la secreta armonía del universo y la felicidad de las cosas. Señores del aire, su reino es el de la alegría, la risa, la ligereza y el canto, que solo interrumpe­n cuando llega la tormenta. Y ajenos a los horrores del mundo, jamás se aburren.

Los pájaros son lo que podría ser el hombre si fuera feliz, concluye Leopardi, que llevó una vida tan infeliz, y quizá por eso termina diciendo que querría él convertirs­e por algún tiempo en pájaro «para experiment­ar el contento y alegría de su vida».

No solo no están nunca tristes –cómo van a estarlo, con esos nombres: herrerillo, zorzal, petirrojo, curruca, verderón, aguanieves...–, sino que ¿cuándo se ha visto a una golondrina quieta, y a un gorrión postrado, y a un mirlo achacoso, y a un ruiseñor doliente? Aparte de que, según parece, los pájaros no envejecen, no hay pájaros viejos.

De modo que, en vista del panorama –ruido de componenda­s postelecto­rales, algaradas de violencia callejera y demás–, nada mejor que perderse por ahí en busca de la alegre compañía de pájaros y aves.

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