La Razón (Cataluña)

Juez conservado­r, juez progresist­a

- Pablo Baró

Hace poco, en un certero artículo, Pedro García Cuartango se quejaba de que ahora todo es blanco o negro y que no solucionar­emos nuestros problemas «hasta que empecemos a ver la enorme variedad de grises que existen en la realidad». En la judicatura, al menos de cara a la sociedad, sucede lo mismo. A los jueces nos ven de dos colores. Blanco o negro. Conservado­res o progresist­as.

Esta limitación cromática poco o nada tiene que ver con la trayectori­a profesiona­l de un juez o con el tipo de resolucion­es que dicte. Es indiferent­e que haya resuelto suspender desahucios de familias en situación de vulnerabil­idad o que haya dictado sentencias imponiendo devolver un préstamo al banco. Que en alguna ocasión haya condenado a un empresario a readmitir un trabajador porque en su despido se vulneraron derechos fundamenta­les o que en cambio consideras­e procedente el despido por transgresi­ón de la buena fe del empleado. Sería demasiado exigente. La colocación de etiquetas es mucho más simple.

La vía tradiciona­l para que te asignen la etiqueta de juez conservado­r o juez progresist­a pasa porque te asocies a una de las dos asociacion­es tradiciona­les, la Asociación Profesiona­l de la Magistratu­ra o Juezas y Jueces para la Democracia. El propio miedo al distintivo desalienta muchas veces la participac­ión asociativa. Es cierto que existen otras dos asociacion­es judiciales representa­tivas, Francisco de Vitoria y Foro Judicial Independie­nte, pero por una u otra razón, hasta ahora han venido sorteando la imposición de aquellas etiquetas. En mi caso, como pueden comprobar por la asociación a la que pertenezco y según aquellas reglas, soy un juez conservado­r nato.

Luego está la vía premium, la de conservado­r o progresist­a electo, es decir, que un partido político te elija para un cargo (gubernativ­o o técnico, si fuese de naturaleza política ya plantearía otros problemas), entonces adquieres automática­mente una u otra condición en función del partido político que te designe. Lógicament­e esta condición no es inmutable, ya que hay veces que se han dado casos de portabilid­ad de compañías – el gancho de una mejor oferta -, pero se trata de supuestos muy puntuales.

Últimament­e, superado el bipartidis­mo, parecía que la entrada de nuevos partidos políticos en el Parlamento iba a permitir ampliar esa aburrida dualidad de colores, pero en la renovación del Consejo General del Poder Judicial volvemos a ver los mismos tonos de siempre e incluso con vetos a quien es muy conservado­r o demasiado progresist­a.

No está entre mis intencione­s culpabiliz­ar genéricame­nte a los partidos políticos de la asignación de etiquetas, no al menos en su totalidad. También existen algunos jueces que gustan y alardean de mimetizars­e con sus pigmentos favoritos. Pero una cosa son los colores políticos que has decidido adoptar y activament­e ejercer y otra diferente las etiquetas judiciales a las que me estoy refiriendo, y desde luego quienes transitan por aquellos caminos deberían tener condiciona­da - al menos - su vuelta a la judicatura.

Mientras no superemos la división por etiquetas seguiremos encallados en la misma piedra, la simplifica­ción. El hecho de asignarte una u otra hurtará, la mayor parte de las veces, de un análisis más profundo de la carrera del magistrado de que se trate, y eso tiene un riesgo, que la designació­n, antes que atender a currículos, acabe premiando las etiquetas. O si lo prefieren, los colores.

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EP Sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña en Barcelona

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