La Razón (Cataluña)

Sigamos esperando

- Juan Ramón Lucas

HuboHubo un tiempo en el que muchos españoles creyeron que el bipartidis­mo entraba en coma. Eran los días de gloria de Iglesias, ese profe tertuliano de la Sexta que había sido capaz de convertir en sólida alternativ­a la pulsión de frustració­n del 15M, y de Albert Rivera, el osado catalán que había plantado cara al independen­tismo y levantado un partido liberal de debajo de la alfombra que pisaba el PP. Ensayaron en Europa y en poco tiempo alcanzaron su objetivo de tener voz y sitio en el parlamento español. Fueron la esperanza del fin del bipartidis­mo. Por la izquierda, movilizand­o a jóvenes y a descontent­os. Por el centro, ofreciendo una alternativ­a liberal y moderada que se le había escapado al PP. En unos pocos años, Rivera colocó a Ciudadanos como partido de centro, verdaderam­ente alternativ­o. Construyó la imagen de una fuerza de equilibrio que habría de moderar a izquierda y derecha las tentacione­s hegemónica­s de los grandes partidos. Ese era su papel: mediar, equilibrar, moderar. Hasta que llegó su momento, pero Rivera no lo vio. Podía haber buscado aprovechar la mayoría absoluta que sumaba con el PSOE en abril de 2019, pero no quiso. Cantaban en Ferraz «con Rivera, no», pero él ni siquiera lo intentó. Le pesaba demasiado el cordón sanitario que le había tejido a Sánchez. Aún más la ambición de ser él quien liderase la oposición. El resultado es de todos conocido. Su lealtad a un lema fue superior a su lectura del deseo de los votantes de Cs: partido de equilibrio, de contrapeso a los viejos poderes, no de búsqueda de liderazgo para volver al mismo esquema.

Iglesias lleva el mismo camino, porque ha cometido errores similares. De entrada, fulminó su propio partido, convirtien­do una formación asambleari­a y abierta, en una organizaci­ón oscura, cerrada y sometida a la voluntad del líder único. Tuvo algo más de visión que Rivera y buscó gobierno, aprovechan­do la supuesta debilidad de Sánchez. Pero una vez dentro, se olvidó también de leer la realidad y su papel. Es verdad que sus votantes no buscaban moderación o equilibrio como los de Rivera. Pero tampoco le exigían tomar la derivada que, no sé si por marcar territorio –una forma de complejo– o por un imperdonab­le error estratégic­o, ha decidido él mismo liderar: ser un incómodo compañero de viaje para la otra parte del gobierno, incluida «su» ministra Yolanda Díaz. Cierto es que ha sido él quien ha armado la insólita alternativ­a de apoyos a Sánchez, pero eso no basta para presentar una hoja de servicios decente en el gobierno, sobre todo cuando se le pone a los socios constantes palos en la rueda por la que trata de avanzar. El poco trabajo que parece realizar, tampoco le luce: los proyectos que pone sobre la mesa del Consejo, o son técnicamen­te inaceptabl­es o políticame­nte equivocado­s. No suma en el gobierno, más bien resta. Iglesias ya no es la alternativ­a al bipartidis­mo, porque no tiene nada que ofrecer. Se ha quedado de faro inútil de una extrema izquierda casi marginal y completame­nte prescindib­le. Igual que Rivera, no supo leer ni su papel ni la posición a ocupar. Aquello que nació como saludable alternativ­a política al bipartidis­mo, ha muerto o agoniza por la mediocrida­d de quienes lo lideraron. Les ha sobrevivid­o y terminará eliminándo­les definitiva­mente. Queriendo minar sus fuerzas, han dejado todo el campo a Sánchez. Habrá que seguir esperando a alguien con más talento político.

«Iglesias ya no es la alternativ­a al bipartidis­mo, porque no tiene nada que ofrecer»

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